No hay dos cosechas iguales en los viñedos de Juan Luis Beltrán. Hace unos años, de hecho, no siempre había cosecha, o, mejor dicho, no siempre se llegaba a la vendimia con las uvas maduras. Pero el cambio climático lo ha trastocado todo, y las parcelas con más elevación, las que nadie quería, son las que ahora busca todo el mundo.
Hablamos de viñedos de Garnacha, de espectaculares cepas viejas que emergen entre enormes rocas de granito en un suelo de arena y piedras de diversos tamaños, un paisaje irreal de majestuosas cepas plantadas, en su mayoría, entre 1925 y 1960.

Estamos en torno a los 1.000 metros de altitud, en la ladera sur de uno de los montes que convierten al Hoyo de Pinares precisamente en eso, en un enorme hoyo rodeado de pinos piñoneros, y que por extensión hace que sus habitantes sean conocidos como hoyancos. Así fue como dio Juan Luis con el nombre de sus vinos, cambiando simplemente la ‘c’ por una ‘k’.
–En la etiqueta juego con la ‘k’ y la ‘o’, que también se puede interpretar como ‘ok’. Me gusta porque, además de ser el gentilicio de mi pueblo, ‘Hoyanko’ suena a japonés. De hecho tengo un cliente que se lleva prácticamente todas las botellas del Hoyanko Dorée para Japón porque dice que marida estupendamente con la comida asiática –nos comenta Juan Luis, entre un millón de cosas, mientras observamos sus cepas en plena floración.

Su Dorée es un monovarietal de Chasselas, una uva blanca habitual en países como Suiza, Francia o Alemania que nadie sabe bien cómo llegó a los viñedos de Cebreros. La uva blanca más común de la zona (y la única reconocida por la D. O.) es el Albillo Real, pero hay parcelas que cuentan con algunas cepas de Chasselas que, normalmente, se vendimian y se vinifican junto con el Albillo.
El Albillo Real de Hoyanko
Y es precisamente su vino de Albillo Real Hoyanko Áurea 2017 el que despertó nuestra curiosidad por el trabajo de este viticultor, quien nos comenta que “el año pasado no se dieron las mismas condiciones que en 2017, y el Albillo detuvo su maduración. Es algo extraño que nos afectó a todos. Yo no tengo formación técnica, pero ni siquiera los enólogos saben bien qué ha ocurrido. Por eso la añada de 2018 es diferente”.
Los viñedos de Garnacha de los vinos Hoyanko se sitúan a una altitud de entre 810 y 1.020 metros, a las afueras del municipio del Hoyo de Pinares (Ávila), enfrente del extremo oriental de la Sierra de Gredos.
Tranquilo, serio, honesto y muy sencillo, Juan Luis nos guía por entre sus garnachas en una calurosa tarde de uno de esos días que el verano, de facto, ha robado ya a una primavera moribunda. Pasea entre sus viñas orgulloso, nos muestra los embriones que en unos días se convertirán en preciosos racimos de Garnacha, arranca algunos brotes rebeldes nacidos desde las raíces de las plantas más viejas, nos explica que el agua del deshielo y de la lluvia se filtra y crea arroyos subterráneos que hacen que algunas vides se desarrollen más, e incluso le dedica unas palabras a alguno de los muchos pequeños saltamontes que campan a sus anchas por las viñas.

–No hace falta que os diga que no uso pesticidas –nos cuenta mientras comentamos lo que nos llama la atención la gran concentración de insectos que encontramos–. Practico la mínima intervención posible, aunque en estas viñas no es difícil, ya que como veis siempre hay brisa y todo está muy sano. Lo más duro es arar y desbrozar, y hacer los hoyos alrededor de cada una de las cepas, porque te encuentras con muchísimas piedras… y eso que hemos retirado bastantes, pero al final es parte de lo que hace que este viñedo sea tan especial.
La primera vendimia de Hoyanko
–Mi primer vino Hoyanko fue un desastre. Hice una barrica con la vendimia de 2012, y hubo un montón de cosas que salieron mal. No llegué a venderlo, pero aprendí bastante, y guardo aún unas cuantas botellas para comprobar cómo evoluciona y para recordar de dónde vengo. Además, la Garnacha de Gredos tiene una buena capacidad de envejecimiento. De hecho mi abuelo, cuando hacía vino, siempre hacía de más, porque prefería beber el vino de la añada anterior –recuerda Juan Luis mientras paseamos entre las cepas camino de su viña favorita, llamada con el mismo nombre que su esposa.

–Viña Marisa es mi parcela con mayor altitud. Estamos a unos 1.020 metros –nos comenta mientras muestra el altímetro en su móvil–. Para mí es especial. La vendimiamos entre la familia. Venimos unas 15 personas, y en dos horas o dos horas y media hemos terminado. Luego comemos todos juntos, hacemos chuletas en el fuego, sacamos la guitarra, y la jornada se convierte en una fiesta.
Viña Marisa se vinifica independientemente y estrena barrica; en realidad, estrena una barrica con dos o tres usos, ya que Juan Luis prefiere emplear madera ya envinada. Es un auténtico vino de parcela y, a nuestro gusto, el único en el que encontramos algo de madera en boca junto con la fruta.
Las cepas más antiguas fueron plantadas en 1925, 1935 y 1960. A medida que van muriendo, Juan Luis Beltrán las reemplaza con clones.
Llegados a este punto hay que aclarar que en un momento dado de la tarde, la visita al viñedo se transforma en una cata en la que Juan Luis descorcha seis de sus vinos bajo la sombra del pino Castrejón, un árbol singular que lleva un cuarto de siglo dando sombra a los hoyancos.
La cata de los vinos Hoyanko
Comenzamos con Hoyanko Áurea 2017, uno de los mejores vinos blancos que hemos probado nunca; categóricamente. Por desgracia, se encuentra ya agotado. A continuación degustamos la actual añada, Hoyanko Áurea 2018. Es más convencional, pero mantiene esa intensidad que cuesta a veces encontrar en los blancos, si bien aquí la fruta pasa a un segundo plano reemplazada por un perfil herbal, con recuerdos a hinojo. Hoyanko Dorée 2018 es el tercero en caer. Nuevamente intenso, muy personal, te descoloca por lo original de su sabor, y nos permite sacar factor común con los otros blancos que elabora Juan Luis: todos son intensos, complejos, expresivos; vinos con carácter que no le tienen miedo a expresar el terruño.

Y, después de los blancos, aparece un rosado: Hoyanko Rosae 2018, una Garnacha honesta, que en nariz se disfraza de fruta blanca y de fruta roja, de peras y cerezas, pero que en boca no tiene ese dulzor que nos sugería su nariz, aunque sí un trago franco, fresco y fácil. Y, como en los toros, no hay quinto malo. Hoyanko 2016 es, sencillamente, un chute de Garnacha, de Garnacha vieja de la Sierra de Gredos; mineral, sin sorpresas: ciruelas y violetas en nariz, taninos dóciles, frutas rojas y ciruela nuevamente en boca, todo muy redondo, todo equilibrado, con matices ocultos en los primeros tragos que van apareciendo a medida que el vino se oxigena: notas a caramelo, tofe… Siempre nos venimos arriba con los descriptores en el quinto vino.

Para acabar: Hoyanko Viña Marisa 2015, una muestra más de lo seria que puede ser la Garnacha de Gredos, de Cebreros o de Hoyo de Pinares más concretamente; un vino que transmite, por encima de todo, la enorme calidad de la fruta de la que procede, un vino bien armado que promete seguir creciendo en la botella si tienes la paciencia suficiente.
Y así, sin darnos cuenta, la enorme sombra del pino Castrejón acaba por fundirse con la de las montañas mientras esta tarde de un verano precoz se convierte en la fresca noche de una primavera que nos recuerda que estamos a unos 900 metros de altitud; todo ello mientras acabamos la “merienda” que Juan Luis ha sacado tras el último vino. Queso, embutido, tomates “de verdad”, buenas anchoas… El tiempo corre demasiado deprisa cuando lo disfrutas con gente que comparte la pasión por el vino. Y ese Juan Luis Beltrán de porte serio a quien conocimos hace unas pocas horas acaba descubriéndonos su cara más jovial. Nos vamos de El Hoyo de Pinares con un amigo nuevo y con la promesa de repetir visita después de la vendimia, una promesa que, sin lugar a dudas, hemos de cumplir.
Hoyanko Viña Marisa 2015 es la apuesta de Juan Luis Beltrán por un vino de parcela. Merienda y cata de los vinos Hoyanko. Juan Luis Beltrán en su viñedo. Viñas de Garnacha en floración en el viñedo de Hoyanko. Juan Luis Beltrán catando sus vinos en el Hoyo de Pinares.