A pesar de tratarse de una denominación de origen joven, Cebreros puede presumir de una larga tradición vitivinícola, documentada desde el siglo XIII por el cabildo catedralicio de Ávila. El caso es que cuando lo ves en el mapa, el territorio de la D. O. P. Cebreros no parece gran cosa; una sombra alargada en la esquina inferior derecha de la provincia de Ávila que abarca 35 municipios.
Pero si viajas allí, si, como nosotros, atraviesas las nubes y cruzas las montañas que separan el valle del Alberche del valle del Tiétar, si caminas entre sus viñas viejas enraizadas entre rocas de granito que navegan sobre mares de arena, quizás comiences a sentir la atracción que nosotros sentimos por este formidable terruño en el que la Garnacha y el Albillo son las variedades con las que se elaboran unos vinos rebosantes de personalidad.
Don Juan del Águila: La unión de muchos y la apuesta por la calidad
Nuestro viaje comienza en la sede de la denominación de origen protegida Cebreros, en el pueblo que da nombre a la D. O., desde donde nos dirigiremos a El Barraco, uno de esos 35 municipios donde se encuentran las 490 hectáreas con cuyas uvas (1.130.000 kilos en 2022) se elaboran los vinos que vamos a catar a lo largo del viaje.
Una de las bodegas encargadas de transformar las uvas de las 1.160 parcelas trabajadas por 356 viticultores es la cooperativa Don Juan del Águila, nuestra primera parada de la ruta. Fundada en 1950, en los años 70 llegó a procesar más de dos millones de kilos de uva por vendimia; casi el doble de lo que hoy producen las 22 bodegas adscritas a la D. O. P. Cebreros.
Paseando por sus naves de hormigón revestidas de bloques de granito y cerrando los ojos un instante, casi podemos ver el trajín de los carros y de los tractores procesionando hacia la bodega, mientras en los enormes depósitos de hormigón, que aún hoy se utilizan, las fermentaciones comienzan a arrancar inundando el aire de ese olor tan pesado y a la vez sugerente.
Hoy son 90 cooperativistas los que reman juntos para defender este terruño y poner en valor los 200.000 kilos de uvas que recogen a mano cada año, como hacen todos los viticultores de la D. O. P. Cebreros.
La clave de que hoy esta bodega sea una de las solamente dos cooperativas de la zona que han sobrevivido al éxodo rural y a la devaluación de la viticultura de los años 80 y posteriores fue la apuesta que en 2009 hizo la bodega por el embotellado, por no jugarlo todo a la carta de los graneles y por crear su marca, Gaznata, una marca que es sinónimo de fruta, de Garnacha y de esfuerzo.
Julián, Viña Pilar y el paraje de San Marcos
No muy lejos de allí, en el mismo pueblo de El Barraco, conoceremos a Julián, uno de esos héroes anónimos que ha decidido “adoptar” una fabulosa viña de unos 80 años que había sido abandonada cuando se hizo con ella.
Es una pieza grande para lo que suele ser habitual en la zona, con una hectárea en la que las viejas cepas de Garnacha plantadas a marco real se salpican de otras variedades y unos pocos árboles frutales.
Julián, albañil jubilado y viticultor por afición, es un auténtico apasionado del mundo del vino que nos recibe con los brazos abiertos mientras catamos varios de los vinos del concurso Conexión Garnacha entre sus cepas, que lucen una impecable poda en verde.
Rumbo al Norte: La viña más deseada de la D.O.P. Cebreros
Aún con una sonrisa dibujada en la cara tras haber conocido a Julián y su viña Pilar, tomamos rumbo oeste para aparecer en Rumbo al Norte, en la viña con la que Comando G o, lo que es lo mismo, Fernando García y Daniel Gómez Jiménez-Landi elaboran uno de esos escasos vinos bendecidos con 100 puntos Parker por The Wine Advocate.
Alejada de la civilización, en lo alto de una ladera de roca granítica en la que sabe Dios por qué a alguien se le ocurrió luchar contra la naturaleza plantando cepas entre gigantescas moles de piedra, esta parcela es tan irreal que cuesta describirla, tan magnética que parece atraparte, te obliga casi a frotarte los ojos mientras observas sus cepas viejas conducidas con ayuda de tutores y, junto a ellas, nuevas plantaciones de, quizás, más Rumbo al Norte, y el cascarón soberbio de piedra seca de una nueva incipiente bodega alejada de la civilización, en lo alto de una ladera de roca granítica en la que sabe Dios por qué a alguien se le ocurrió luchar contra la naturaleza.
La Querencia y el Hotelito “agrochic”
Aún sin creernos lo que nuestros ojos acaban de ver y casi sin creer los datos EXIF de la cámara de fotos, que aseguran que estas viñas ubicadas en el término de Navahondilla se encuentran a más de 1.050 metros de altitud, nos dirigimos a Villanueva de Ávila para disfrutar de la cocina de La Querencia y “recatar”, de paso, los vinos de Conexión Garnacha.
La última parada de un intenso día será El Hotelito, en Navaluenga, un idílico hotel rural a orillas del río Alberche. Cómodo, sencillo, moderno, funcional, con grandes ventanales que abren las habitaciones a la naturaleza, se define como “agrochic”, pero probablemente ese simpático adjetivo se quede corto para un lugar en el que nos reuniremos, cataremos, conversaremos, reiremos, cenaremos y descansaremos para empezar con fuerza la segunda jornada de este viaje a Cebreros.
Los vinos de Cebreros: Una Garnacha y mil expresiones
Aunque su presencia en la zona no está documentada hasta el siglo XIX, la Garnacha es la uva dominante en el viñedo de la D. O. P. Cebreros. De hecho, en su pliego de condiciones la Garnacha Tinta es la variedad tinta principal, acompañada por la Garnacha Tintorera (o Alicante Bouschet) y la Tempranillo como variedades secundarias, si bien la única variedad aceptada para viñedos de nueva plantación es precisamente la Garnacha Tinta.
Por otra parte, los suelos sobre los que se cultiva están compuestos dominantemente por arenas graníticas, así que si unimos zona, variedad y suelos, podemos pensar equivocadamente que la oferta de vinos de Cebreros no se caracteriza por su diversidad, pero nada más lejos.
Una de las mejores maneras de comprobar el carácter camaleónico de la Garnacha de Cebreros es a través de una cata de cuatro vinos tintos monovarietales de diferentes elaboradores, como la que nos propuso la D. O. P. Cebreros durante este viaje; cuatro de las mejores referencias de este territorio.
En esta ocasión, a través de Urdiense Viñas Viejas 2021 comprobamos cómo se expresan la altitud extrema y los viñedos viejos de bajo rendimiento y profundas raíces en un vino ortodoxo, adictivo y frutal.
Cható Gañán La Payana 2020 nos habla de la viticultura ecológica, de la cubierta vegetal, del arado animal, de bajos rendimientos y de una intervención realmente mínima en la elaboración que nos deja un vino delicioso una vez que le damos tiempo para que se oxigene.
Las Enebradas 2019 es un ejemplo de la sutileza, de la frescura y de la mineralidad que es capaz de lograr la Garnacha a través de un viñedo de Navatalgordo (Ávila) ubicado a 1.000 metros de altitud sobre suelo granítico.
Finalmente, El Suspiro de Goyo 2017 nos demuestra que la Garnacha es capaz de hacer vinos con guarda, vinos capaces de evolucionar en la botella y mostrar un paisaje cuando los descorchas seis años después de su vendimia.
Del valle del Alberche al valle del Tiétar
Nuestra segunda jornada nos traslada del valle del Alberche al valle del Tiétar superando el puerto de Mijares y sus 1.570 metros de altitud. Tras una sucesión infinita de curvas llegamos a El Regajo, un espectacular viñedo de suelos arenosos con fragmentos de mica (o, más concretamente, “moscovita”) que destellan según nos desplazamos por su superficie observando cómo los “racimos” de flores comienzan a cuajar.
Nos encontramos a las afueras de Gavilanes, en la comarca de Arenas de San Pedro, rodeados de viejas cepas de Albillo Real plantadas en anárquicas terrazas en las que afloran las rocas de granito. Aquí, en esta viña de Bodegas Ausín, degustaremos Comisura 2020 y Wanted Sotillo 2021, dos ejemplos radicalmente diferentes de la expresión de un vino de una misma uva y una misma comarca.
El Albillo Real de la D. O. P. Cebreros
De vuelta hacia Cebreros pararemos en una nueva viña en la que degustaremos dos expresiones muy diferentes del Albillo Real a través de dos vinos: Flor de Albihar 2021 y Sol 2020.
A pesar de tratarse de vinos muy distintos, los dos nos sirven para recordar la intensidad, la estructura, el carácter de una variedad blanca capaz de aportar sensaciones a lo largo del trago que muchas veces asociamos con los vinos tintos.
Última parada: Esquistos y pizarra
Nuestro viaje a Cebreros termina en el paraje de Arrebatacapas (Cebreros), en la única ladera con suelos de pizarra. Allí, rodeados de viejas cepas que hunden sus raíces entre esquistos que parecen milhojas de roca, descubriremos “el otro” suelo de la sierra de Gredos: el suelo de pizarra.
Y lo haremos a través de un último vino: Garnacha de Arrayán 2018, un vino elaborado con cepas cuyas raíces serpentean entre lascas de pizarra y que nos sirve para profundizar en la complejidad de la Garnacha, en su capacidad camaleónica para trasladar de la cepa a la copa las diferencias de unos suelos que tienen tanto peso como la propia uva.
Vinos catados durante este viaje a Cebreros
Vino | Alcohol | Producción | Precio (75 cl) |
Urdiense Viñas Viejas 2021 | 14 % | 2.400 botellas de 75 cl | – |
Cható Gañán La Payana 2020 | 15 % | ~550 botellas de 75 cl | 16,75 euros |
Las Enebradas 2019 | 13,5 % | ~600 botellas de 75 cl | ~44 euros |
El Suspiro de Goyo 2017 | 15,5 % | ~500 botellas de 75 cl | 39,60 euros |
Comisura 2020 | 13 % | ~2.500 botellas de 75 cl | 13,90 euros |
Wanted Sotillo 2021 | 15,5 % | – | – |
Flor de Albihar 2021 | 12 % | 2.933 botellas de 75 cl | 25,90 euros |
Sol 2020 | 13,5 % | ~1.500 botellas de 75 cl | ~16 euros |
Garnacha de Arrayán 2018 | 15 % | – | 21,95 euros |
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