En la parte occidental de Navarra, poco más de media hora al suroeste de Pamplona, se encuentra Arínzano, una finca de más de 350 hectáreas ubicada entre las laderas del valle glaciar por el que discurre el río Ega, con 128 hectáreas de viñedo de bajo rendimiento donde Chardonnay, Merlot, Cabernet Sauvignon y Tempranillo se desarrollan en parcelas de diversos suelos, orientaciones, altitudes y hasta microclimas.
De alguna forma, Arínzano es uno de esos contados casos de justicia poética en los que el viñedo recupera el sitio que le corresponde. Y es que, tras la llegada de la filoxera en los albores del siglo XX, todas las cepas desaparecieron de este enclave en el que la vid se cultivaba desde el siglo XI, y cuando la familia Chivite lo adquirió, en 1988, únicamente había cereal, algo que pronto se encargarían de solucionar.

La puerta de Arínzano
Llegamos a la finca tras un tranquilo viaje en un Alvia que nos lleva a Tafalla, desde donde un taxi nos acerca a este paraíso de montañas y cepas. En total, son tres horas y media de viaje desde Madrid y unos 40 minutos más si decides hacerlo enteramente en coche.
Al entrar en la finca, nos sorprende no encontrar una reja o una puerta cerrada. En su lugar, un moderno “arco” de ángulos rectos, ese que aparece en las etiquetas de los vinos, nos invita a entrar a conocer la finca. Y es que, como más tarde nos comenta Mafe Mata de Araujo, nuestra anfitriona y la encargada del enoturismo, la propiedad se encuentra siempre abierta para que quien quiera pueda visitarla.
El cultivo de la vid está documentado en Arínzano desde el siglo X. A principio del siglo XX, la plaga de la filoxera arrasó el viñedo, que no sería replantado hasta casi un siglo después
No obstante, si bien dar un paseo por el exterior de lo bodega puede resultar interesante, lo recomendable es concertar una visita enoturística a través de su web para entender la historia milenaria del lugar, para comprender la forma en la que Rafael Moneo ha querido integrar las edificaciones que han ido levantándose en la finca a través de los siglos, cómo una torre de defensa del siglo XVI, una casa señorial del XVIII y una capilla neoclásica de principios del siglo XIX acaban abrazándose con la nueva bodega que, discretamente, lo amalgama todo entre alfombras de cepas cuyas flores comienzan a cuajar mientras la visitamos.
La bodega, diseñada por Rafael Moneo, abraza los edificios que ya se encontraban en la finca: una torre de defensa del siglo XVI, una casa señorial del XVIII y una capilla neoclásica de principios del siglo XIX.
Mafe nos explicará también que, mientras Moneo se ocupa de lo material, es nada menos que Denis Dubordieu quien plantea el viñedo. Fallecido en 2016, el enólogo e ingeniero agrónomo que fuera asesor de bodegas como Château D’Yquem o Château Cheval Blanc aceptó el reto de devolver la viñas a la finca de Arínzano con una estructura parcelaria que aprovechara sus suelos y sus microclimas, esas viñas que la filoxera borró después de siglos de viticultura documentada en esta propiedad de la que hay escritos desde el siglo XI.
Arínzano: Microclimas y vinos de pago
En Nos Vamos de Vinos somos bastante escépticos cuando nos hablan de microclimas o cuando pretenden convencernos de la supuesta superioridad de la certificación de los vinos de pago frente al resto de denominaciones de origen. Pero en este caso, tenemos que rendirnos a las evidencias.
La primera de estas evidencias es que hay notables diferencias entre las zonas más altas de la propiedad, como el mirador en el que degustaos A de Arínzano Vino Rosado 2019 en botella mágnum, que según nuestro altímetro ronda los 470 metros de altitud, y las zonas más bajas, como las parcelas más próximas a los edificios, que nuestro altímetro ubica sobre los 400 metros. Las corrientes del cierzo, la influencia del Ega, las orientaciones y la vegetación cambian por completo la temperatura o la humedad. También los suelos presentan notables diferencias, con parcelas recubiertas de gravas y cantos rodados, zonas arenosas y arcillosas…

Arínzano es uno de esos casos en los que sí se justifica que la propiedad cuente, desde 2007, con su propia “denominación de origen”, y nos queda claro es que sus vinos muestran un nivel de calidad superior a la media que esperaríamos de los vinos de la D. O. Navarra, a la que geográficamente pertenece esta tierra.
Esa calidad es la que sin duda llevó al grupo Tenute del Mondo a adquirir Arínzano allá por 2015 y sumarla a su selecto grupo de bodegas, entre las que encontramos nombres como Masseto, Ornellaia (ambas en Italia) y Achaval Ferrer (en Argentina).
La bodega de Arínzano
Tras comprobar en un breve recorrido por el viñedo cómo la Chardonnay de mayor calidad se desarrolla en suelos más pobres y rocosos (con rendimientos de apenas 1.500 kilos por hectárea) mientras el Merlot crece cerca del río por tratarse de una zona más fresca, cómo las diferentes altitudes influyen en el desarrollo del ciclo de las plantas, cómo las cubiertas vegetales crecen en diversas plantaciones (muchas parcelas se trabajan de manera ecológica) y cómo durante nuestra visita una cuadrilla lleva a cabo la poda en verde de una de las parcelas próximas al río, nos dirigimos, al fin, a la bodega.

Franqueamos sus puertas y enseguida percibimos que el mundo gira aquí a un ritmo diferente. Basta dar unos pasos para darse cuenta, para dejar atrás el ciclo de la vida, la luz, el murmullo del Ega y el arrullo del cierzo; basta dar unos pasos para encontrarse de lleno inmerso en esa paz que sólo da el silencio, para aparecer en la majestuosa sala de crianza donde ocho centenares de barricas se alinean a una única altura en una esbelta nave de 130 metros atravesada por un pasillo aéreo que se sustenta sobre una caprichosa viguería; cuadernas de madera de una nave que navega lentamente en el tiempo mientras en sus entrañas los vinos duermen ajenos a ese ritmo endiablado en el que todo pasa fuera de estos muros.
El Proyecto Chardonnay
La sala de crianza es un espacio escénico majestuoso. No es algo casual en una bodega como Arínzano, donde la crianza tiene un peso crucial en unos vinos concebidos para perdurar. Allí conoceremos el Proyecto Chardonnay, en el cual su enólogo, José Manuel Rodríguez, experimenta diferentes crianzas de un mismo Chardonnay (vinificado en depósito inerte) que “crece” en 33 distintos recipientes: un depósito ovoide de polímero plástico (Flextank), un depósito esférico hecho de hormigón (Galileo), una ánfora de arcilla (Tava), una vasija de material cerámico (Clayver), foudres y barricas de distintos tamaños, de diferentes robles, de primer y de segundo uso…
No tenemos tiempo para catarlos todos, pero Mafe nos guía a través de ejemplos representativos. De entrada, catamos una muestra del vino base que ha permanecido en un depósito de acero inoxidable para a continuación comprobar las sutiles (y las no tan sutiles) diferencias que aporta cada recipiente: reducción, untuosidad, carácter, mineralidad, atisbos de finura, panadería, flores, frutos secos… En ocasiones, nuestra paleta de descriptores identifica adecuadamente las pinceladas con las que cada recipiente va retocando la obra de la naturaleza. Otras veces nos cuesta precisar los matices que que cada recipiente nos desvela en un acelerado paseo por este fascinante juego de las diferencias al que José Manuel lleva “jugando” desde el año 2019, tratando de aprender un poco cada día sobre la crianza de la Chardonnay, tratando cada día de afinar la crianza de unos vinos que buscan la excelencia.

¿Con cuál nos quedaríamos? Quizás el que se cría en Galileo nos seduce por su franqueza y mineralidad, a pesar de encontrarse un tanto reducido. Menos equilibrado, también el de Flextank nos llama la atención por sus matices de salinidad. Por último, dos barricas idénticas de roble francés y tostado medio plus firmadas por la tonelería borgoñesa de François Frères muestran las diferencias entre la madera nueva y la envinada, los tostados y el humo frente a las mantequillas. Sin duda, la madera nueva marca demasiado, pero aquí el ejercicio no se encuentra en una simple cata de los ingredientes, sino en jugar a imaginar la receta completa, la proporción perfecta de estas pequeñas piezas en un gran puzle que ha de convertirse en un gran vino blanco.
Cata de los vinos de Arínzano
Afortunadamente, nosotros no tenemos la responsabilidad de decidir cómo se ensambla todo, cómo encajan las piezas de este rompecabezas de acidez, fruta, flores, atisbos de terpenos, mineralidad, untuosidad, tostados, panadería, toques especiados… Nosotros, simplemente, hemos venido aquí a pasar un buen rato, a disfrutar y, si es posible, a aprender un poquito más sobre este fascinante microcosmos.

Y qué mejor manera de aprender un poquito y disfrutar aún más que catando los vinos de la bodega, comenzando por A de Arínzano Rosé 2022; nueva añada, nueva etiqueta y hasta sutiles cambios en el nombre de un viejo conocido: un delicioso rosado de nariz limpia y boca voluminosa que te deja siempre con ganas de otro trago.
Continuamos con Hacienda de Arínzano Chardonnay 2021, un monovarietal de Chardonnay frutal, con su perceptible toque de madera, mantequilla, frescas notas cítricas y una fabulosa relación entre calidad (que hay mucha) y precio.
Nos despedimos de la Chardonnay con Arínzano Gran Vino Blanco 2017, un auténtico espectáculo rebosante de elegancia, finura, complejidad e intensidad; el vino perfecto para dar entrada a los tintos de la bodega.

Hacienda de Arínzano Tinto 2019 es un varietal de Tempranillo (85 %) con un aporte de Merlot (10 %) y Cabernet Sauvignon (5 %). Se trata de un vino que muestra el carácter frutal de la uva Tempranillo, con fruta roja y negra en la fase olfativa, si bien en boca no acaba de desarrollar todo su potencial, con un trago algo falto de expresividad en un vino al que le falta amalgamarse, al que sencillamente le falta aún algo de botella… si bien, todo sea dicho, tras ser catado después Arínzano Gran Vino Blanco, cualquier vino lo tiene complicado.
Mucho más expresivo, La Casona de Arínzano 2015 es un varietal de Tempranillo (75 %) con un interesante aporte de Merlot (25 %). Muy probablemente estemos ante el vino más elegante de la cata, delicioso y complejo, con la madera presente aunque bien integrada tras una crianza de 14 meses con un 40 % de barrica nueva.
Continuamos con otro vino que conocemos bien: Arínzano Merlot 2018. Como ya dijimos en su momento, es “un vino de aspecto serio […]. Hay aromas a fruta negra, toques de pimiento verde, notas de campo, eucalipto, tenues toques ahumados y de laca. Finalmente, la boca corrobora esa seriedad con un trago opulento, de buena acidez, algo rústico, terroso, frutal, con taninos marcados, domados pero tensos, que prometen una larga vida a este Merlot”. Nada que añadir.
Acabamos la cata con Arínzano Gran Vino Tinto 2016, un monovarietal de Tempranillo con 14 meses de crianza en barricas y un largo reposo en la botella. Hay que estar muy seguro de lo que haces para poner “Gran Vino” en tus etiquetas. Pero la verdad es que estamos ante un vino muy serio, que extrae ese perfil de fruta negra en su punto óptimo de madurez que, cuando lo detectas en nariz, te predispone a encontrar lo que aparece en fase gustativa: una boca de taninos aterciopelados, intensidad, complejidad, elegancia… Todo, o casi todo, lo que puede pedírsele a un gran vino.

Acabada la cata, durante la comida repasamos algunos de los vinos, y repetidamente volvemos a las copas de La Casona y del Gran Vino Tinto para darnos cuenta de que se trata, junto al Gran Vino Blanco, de las tres etiquetas que dan sentido a todo lo que nos rodea.
Puedes permitirte erigir un auténtico templo a la crianza firmado por un arquitecto estrella, puedes permitirte contratar a un agrónomo estrella para que “diseñe” tu viñedo, puedes elegir a un enólogo de máximo nivel para que diseñe vinos impecables técnicamente y puedes permitirte certificar lo que haces como vino de pago… puedes hacer todo eso si y sólo si lo que embotellas es verdaderamente excepcional, como así ocurre con algunos de los vinos nacidos de esta milenaria finca a cuyas cepas riega el río Ega mientras el cierzo se encarga de mecerlas.
Vinos catados durante la vista a Arínzano

Producción | Alcohol | Producción | Precio (75 cl) |
A de Arínzano Vino Rosado 2019 | 14 % | – | – |
A de Arínzano Rosé 2022 | 13,5 % | – | 15 euros |
Hacienda de Arínzano Chardonnay 2021 | 14,5 % | – | 19 euros |
Arínzano Gran Vino Blanco 2017 | 14,5 % | – | 60-90 euros |
Hacienda de Arínzano Tinto 2019 | 15 % | – | 19 euros |
La Casona de Arínzano 2015 | 15 % | – | 29 euros |
Arínzano Merlot 2018 | 16 % | – | 43 euros |
Arínzano Gran Vino Tinto 2016 | 14 % | – | 55-113 euros |