Grégory Pérez, Mengoba
Grégory Pérez es un vitivinicultor francés afincado en El Bierzo, donde cultiva un viñedo de montaña con cuyas uvas elabora los vinos Mengoba. Hemos visitado su viñedo y su bodega para comprender un poco mejor su visión del vino y de la zona al tiempo que catamos algunas de sus propuestas.

La vida es caprichosa, y a veces, solamente a veces, hace un poco de magia. Quién iba a decirle a Grégory Pérez cuando llegó por primera vez al Bierzo hace ya 20 años que hoy seguiría allí, que iba a enraizar en esa tierra de mil y un valles, cerezos y castaños como allí enraízan las cepas de Mencía, Godello y Doña Blanca, conocida en la zona como “Valenciana”. Son estas tres variedades, por cierto, las que forman el acrónimo Mengoba que da nombre al proyecto con el que este vitivinicultor bordelés, este vigneron vinificateur formado en Blanquefort, en los dominios de la Cabernet Sauvignon, se ha consagrado entre los productores de mayor calidad del Bierzo.

Rumbo al viñedo de montaña de Espanillo

Quedamos con Grégory a las puertas de su bodega en Carracedelo, un municipio de 3.500 habitantes de la subzona del Bierzo Central desde donde inmediatamente tomamos rumbo norte hacia el más populoso Cacabelos, y desde allí a la pequeña población de Espanillo (perteneciente al municipio de Arganza), siempre paralelos al río Cúa. En este diminuto pueblo de montaña de caóticas casas techadas con pizarra, cruzaremos el Cúa y abandonaremos el asfalto para ascender por una pista jalonada de esquistos de pizarra en la que un todoterreno es, si no imprescindible, digamos que sí al menos “adecuado”.

Grégory Pérez está reconduciendo a espaldera parte de sus cepas viejas de Espanillo, plantadas en vaso.
Grégory Pérez está reconduciendo a espaldera parte de sus cepas viejas de Espanillo, plantadas en vaso.

Muy pronto comenzamos a ver algunas diminutas viñas en la ladera que se abre desde el río, semiescondidas entre hileras de árboles; nada comparado con lo que encontraremos cuando cojamos la pista que se aleja del río a la búsqueda de las cotas más altas.

Súbitamente, la ladera del valle se despeja, el bosque se hace a un lado y nos encontramos en medio de un viñedo rodeado de pinos y carrascas; una ladera de gran inclinación orientada hacia el sur en una zona fresca que en su cota más alta ronda los 700 metros sobre el nivel del mar.  

A su llegada al Bierzo, Grégory formó parte del proyecto Paixar, que acabó en manos de Luna Beberide. En 2007, arrancó con su propio proyecto en Sorribas, muy cerca de su actual bodega de Carracedelo, justo a la otra orilla del río Cúa.

–Es una zona muy bien ventilada. Cada mañana, a eso de las diez o diez y media, se levanta una brisa que es fantástica para la sanidad del viñedo –nos comenta Gregory, quien nos cuenta además que, pese a lo idílico del paisaje, no es un viñedo fácil de trabajar–. Intento ser ecológico, pero si tengo que dar tratamientos porque entra el oídio, los doy; no sirve de nada ser ecológico y perder toda la uva. Tienes que venir muy temprano para haber terminado antes de que se levante la brisa. Y aquí también tenemos algo de black rot en la zona que está más cerca de los pinos.

El viñedo de Grégory Pérez se encuentra en la localidad de Espanillo, en laderas montañosas del Bierzo Central,
El viñedo de Grégory Pérez se encuentra en Espanillo, en laderas montañosas de esta localidad del Bierzo Central.

En cualquier caso, se trata de un viñedo de enorme potencial, en el que el principal problema son las pendientes y la dificultad de mecanizar los trabajos en la viña vieja, cuyo marco tradicional de plantación en El Bierzo deja estrechas calles de 1,20 metros por las que apenas puede pasar un pequeño tractor oruga, especialmente cuando la brotación ya ha comenzado.

–¡No es la primera vez que vuelco con la oruga! De hecho, tuve que instalarle un arco de seguridad para no hacerme daño –reconoce el vigneron entre risas.

Mientras te habla en perfecto castellano sin acento francés, Grégory transmite energía y vitalidad. Gesticula con énfasis para apoyar sus tesis, y te mira a los ojos mientras articula una media sonrisa cuando le preguntas algo que no va a contestar en lugar de “mentirte educadamente” como haría casi todo el mundo.

Grégory Pérez, Mengoba
Grégory Pérez en su viñedo de Espanillo.

Tú quieres saber mucho –te responde mientras sonríe como un niño travieso que ha hecho una de las suyas. Pero, ante todo, Grégory Pérez es un hombre práctico que entiende las ventajas y los inconvenientes de una zona extrema como es el viñedo de Espanillo, donde ser ecológico o, al menos, “ser lo más ecológico posible” no siempre es sencillo.

–Estoy plantando cereal para regenerar el suelo en algunas parcelas que he ido comprando. Las zonas que han tenido pinos son muy complicadas; cuesta mucho recuperar el suelo. Tampoco es fácil decidir si dejas cubierta vegetal, que aquí te dice todo el mundo que eres un guarro y que tienes la viña llena de hierbas, o si aras el suelo y luego viene la lluvia y se lleva toda la tierra… –Y para complicarlo todo, las heladas son un problema más que ha obligado a Grégory a pasar más de una noche en vela prendiendo hogueras para evitar que el hielo mate los brotes y, con ellos, arruine completamente el año. De hecho, en algunas parcelas especialmente sensibles a las heladas, como en El Colao, donde tiene plantada Merenzao, se hace una primera poda en la que se dejan tres o cuatro yemas para tener más oportunidades de salvar las yemas inferiores de la vara en caso de que hiele; un pequeño “seguro natural” que obliga a trabajar dos veces.

Estas balas de paja en el viñedo no son para hacer mulching ni para dar de comer a los animales. Son el combustible con el que ocasionalmente Grégory Pérez tiene que luchar contra las heladas.
Estas balas de paja en el viñedo no son para hacer mulching ni para dar de comer a los animales. Son el combustible con el que ocasionalmente Grégory Pérez tiene que luchar contra las heladas.

Su idea, no obstante, es ir comprando las parcelas limítrofes que queden disponibles, como ya ha ido haciendo desde que comenzó el proyecto en Espanillo, en 2006, para poco a poco ir convirtiendo vasos a espaldera donde el marco de plantación lo permita y replantando donde no haya otra opción que haga posible mecanizar mínimamente los trabajos, como en la zona más baja de este pequeño paraíso natural, donde el año pasado ya plantó Godello.

Vendimiar en el momento óptimo es una de las claves de los vinos de Mengoba. Dadas las peculiaridades de su viñedo, Grégory Pérez se ve obligado a escalonar la vendimia en dos o tres tramos.

–La viña vieja sí, está muy bien –reconoce Grégory–. Pero las cepas jóvenes pueden dar la misma calidad. Lo importante es el suelo, y trabajar así es una locura –asegura el enólogo bordelés con cierta pesadumbre, en un arrojo de descorazonadora sinceridad que enfatiza con sus brazos en alto y las manos abiertas, como diciendo “qué le voy a hacer…” consciente de que su discurso es complicado de vender en El Bierzo, donde el viñedo viejo es una tradición, una forma de vida y al tiempo una importante carga para el viticultor; un sistema imperfecto condicionado a veces por la inercia y por el minifundio en cuya imperfección radica una importante parte de su magia.

De vuelta a la bodega

Deshacemos el camino de vuelta a la bodega, siguiendo siempre el curso del río Cúa, y entramos en la nave donde Grégory, constantemente acompañado de Terry, su fiel y un tanto espídico compañero de cuatro patas, elabora su extensa gama de vinos Mengoba.  

Con una producción de entre 110.000 y 120.000 botellas, Mengoba es una bodega de tamaño mediano tirando a grande para la media del Bierzo. Además de sus uvas, Grégory emplea algo de Godello del propio pueblo de Arganza, donde compra uva a viticultores de su confianza. Actualmente, el 70 % de su producción se vende fuera de España, una cifra considerable pero que poco a poco va decreciendo, ya que ha llegado a exportar nada menos que el 90 %.

Mengoba bodega

La bodega es una sencilla nave alargada de algo más de 400 metros cuadrados con tejado a dos aguas en la que conviven la elaboración y la crianza. En la fachada, donde una banderola negra es lo único que delata lo que “se cuece” dentro, encontramos un muelle de carga, una rampa de acceso, un ventanuco alto y una ventana que aporta una mínima calidez a una cabina que hace las veces de minúscula oficina. Dentro de la nave, pronto comprobamos que el glamour se encuentra en el viñedo, donde tiene que estar, mientras que en la bodega impera la funcionalidad, con dos pasillos separados por depósitos de acero inoxidable de unos 12.000 litros, foudres troncocónicos firmados por Vicard y otros ovalados del artesano borgoñés Marc Grenier.

–Estos foudres son magníficos, y en el interior las lías tienen algo de movimiento, como en los huevos –nos explica Grégory–. Cuando decidí ampliar y comprar uno nuevo me di cuenta de que había algo diferente y al final me enteré de que en 2015 Grenier había vendido el negocio –a la familia Sylvain–, y los nuevos foudres estaban hechos con una madera de menor sección para ahorrar costes.

Mengoba bodega

En un costado vemos también ánforas firmadas por Padilla, botas de Jerez de diferente origen, huevos de hormigón y unas pocas barricas de 500 litros. En la parte trasera descansan varios depósitos de pequeños formatos, la embotelladora, la etiquetadora, el filtro de placas y algún que otro palé con botellas vacías.

Mengoba bodega

Cata en rama de los vinos de Mengoba

–¿Qué queréis catar? –pregunta Grégory con una sonrisa, consciente de que sólo hay una respuesta posible a esa pregunta. En lugar de contestarle “Todo”, le decimos “No sé… Lo que creas que es más interesante”. Grégory sonríe nuevamente, nos acerca unas copas, y se encamina hacia la zona de los foudres–. Venga, vamos a empezar por el Godello.

Cata en rama de Godello fermentado y criado en foudre de Mengoba.
Cata en rama de Godello fermentado y criado en foudre de Mengoba.

Comenzamos catando, en rama, la añada 2021 de lo que pronto se embotellará como Brezo blanco, uno de sus vinos de mayor producción, del que se elaboran entre 20.000 y 25.000 botellas. Se trata de un coupage de Godello (85 %) y Doña Blanca (15 %) procedente de viñedos de Arganza plantados sobre suelos de arcillas y pizarra. A pesar de tratarse de uno de los vinos de entrada, su elaboración está especialmente cuidada, con fermentación y una breve crianza en foudres ovales. 

“Disfruto mucho más elaborando los vinos blancos que los tintos. El godello es una variedad que me emociona. Y algún día me gustaría hacer también txakoli”

Grégory Pérez

Poco a poco, vamos saltando por los distintos foudres, pasando de los godellos menos complejos (decir “más simples” no sería correcto) a los más “especiales”, elaborados a partir de las cepas viejas de Espanillo, pasando así de unos intensos y frescos vinos eminentemente varietales (con aromas a manzana, pera, sensaciones cítricas y toques mentolados) a vinos con marcado carácter mineral y recuerdos a hinojo. Nos llama especialmente la atención el contenido de uno de los foudres más viejos (el de 2011), procedente de una parcela de Parandones (igualmente en el Bierzo Central, aunque algo más al sur), con suelos de cantos rodados.

Detalle de las cajas de los vinos de gama alta de Mengoba.
Detalle de las cajas de los vinos de gama alta de Mengoba.

No obstante, si los godellos “normales” han dejado alto el listón de la cata, el top de la bodega nos deja absolutamente boquiabiertos. La Grande Cuvée se elabora con cepas de Godello de Espanillo, de unos 60 años, dispersas entre cepas de Mencía. Su mosto fermenta en una barrica de 500 litros, y en el mismo formato hace una crianza de 48 meses. Sí, sí; un Godello con 48 meses de crianza en madera. La primera añada, ya agotada, fue 2014; 2015 y 2016 se encuentran a la venta. En 2017 una granizada arruinó la cosecha y no se elaboró, y hoy nos damos el lujo de catar en rama las añadas de 2020, 2019 y 2018. El primero nos sorprende por su buena estructura y su finura, a pesar de quedarle aún por hacer la mayor parte de la crianza. Cuando lo catamos, se muestra claramente reducido, que es algo lógico en uno vino de guarda, un vino que “lucha” contra los efectos de la oxidación. A continuación, 2019 vuelve a sorprendernos. Ya sólo el color, limón con matices dorados, anticipa que estamos ante un vino muy serio, que a pesar de su larga permanencia en barrica se muestra sorprendentemente vívido, claramente afilado… un perfil en el que se combinan frescura, intensidad y longitud. Pero es cuando catamos el 2018, la añada que saldrá al mercado en los próximos meses, cuando todas las piezas encajan en el puzle. Podríamos hablar de su color dorado, de los mil y un matices de su nariz, de su trago larguísimo que dibuja una especie de campana de Gauss al paso por tu boca… Pero hay un adjetivo que lo resume todo: ‘tremendo’. 

Cata de los vinos tintos de Mengoba

Tras esta auténtica fiesta de Godello viejo, Grégory nos invita a probar sus Mencías, comenzando por la que se convertirá en la próxima añada de Brezo Tinto, un vino del que cada año se elaboran entre 40.000 y 50.000 botellas. Aquí encontramos un vino fácil, divertido, fresco y no exento de personalidad, probablemente en parte porque no se trata de un monovarietal, sino de un coupage con Garnacha Tintorera, elaborada esta última con algo de raspón.

Bodega Mengoba, detalle

A continuación asaltamos un foudre de Mencía de Espanillo de 2021, donde se fermenta y se cría un vino jugoso, nuevamente goloso, impecable… un tanto coqueto en realidad. Grégory nos confiesa que es un coupage de lo que hay en la viña que estará hasta septiembre descansando en el foudre.

Y de lo más genérico vamos pasando a lo más específico, a La Vigne de El Rebolón, de nuevo en Espanillo: dos pequeñas parcelas que se elaboran en un depósito de pequeño formato, un ensamblaje de lo que hay en la viña (Mencía mayoritariamente, con algo de Garnacha Tintorera, Godello e inlcuso Estaladiña), elaborado 100 % con raspón y criado en barricas de 500 litros. Cuando lo catamos, se encuentra reducido, pero al abrirse nos deja ver un vino muy estructurado, serio, marcadamente láctico… una Mencía de esas que, al servirla, da un golpe en la mesa para que todos callen y ella pueda decir: “Señores, aquí estoy yo”.

La Estaladiña de Grégory Pérez se cría con sus lías finas en huevo de hormigón.
La Estaladiña de Grégory Pérez se cría con sus lías finas en huevo de hormigón.

Aunque si hay un vino icónico de esta bodega, ése es sin duda Estaladiña, a pesar de que esta uva minoritaria y autóctona no forme parte del acrónimo Mengoba. Probamos la añada 2020, que se encuentra afinándose en el interior de un huevo de hormigón. Grégory nos explica que fermenta sin despalillar en un recipiente ancho, del cual va progresivamente sacando los raspones. Es un vino con mucha personalidad; violetas, balsámicos, una acidez fantástica y un color sugerente que hace que tu vista quede fija en la copa…

La segunda vida de las botas de Jerez en El Bierzo

Lejos de acabar, volvemos al Godello, pero a un Godello en el que la crianza toma buena parte del protagonismo. Todo comenzó en 2014, rellenando una vieja bota jerezana con parte del Godello fermentado en foudre. Desde entonces, cada año se hace una saca y se rellena con una nueva añada, por lo que estamos ante una especie de solera dinámica de una sola bota. Cuando lo catamos, no nos cabe duda de que es un vino único, intenso, con un aporte claro del recipiente… hasta que catamos una segunda bota, otra “solera” con vino de la añada 2015. Ésta es simplemente de llorar de gusto: un Godello reconociblemente varietal que a su vez te transporta al palo de los amontillados, una pequeña e irreverente joya de trago largo y de posgusto eterno.

Catamos también las "soleras dinámicas de una sola bota" en las que Grégory Pérez envejece un Godello del que va haciendo sacas cada año.
Catamos también las "soleras dinámicas de una sola bota" en las que Grégory Pérez envejece un Godello del que va haciendo sacas cada año.

Y cuando ya parece que nos vamos, Grégory nos propone acabar la cata con burbujas. No lo busques en su página web, en Bodeboca o en tu vinoteca de confianza porque en realidad su ancestral de Godello no es más que una prueba cuya idea surgió en la pasada vendimia, según nos cuenta Grégory. Es la primera vez que lo elabora. Ha hecho solamente 18 botellas, apartando el vino del foudre de Godello cuando la densidad alcanzó los 1.030 gramos por litro. ¿El resultado? Sencillamente, difícil de creer; difícil de creer que alguien que intenta hacer un espumoso obtenga a la primera un vino tan redondo, una prueba más de que la vida es enormemente caprichosa, y a veces, solamente a veces, hace un poco de magia.

Grégory Pérez, Mengoba
Grégory Pérez nos enseña una de sus pruebas de vino espumoso de Godello elaborado por el método ancestral.
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