–Si mis cálculos son correctos, cuando esa belleza llegue a 140 kilómetros por hora vas a ver algo acojonante –anunciaba el Dr. Emmett Brown encarnado por un histriónico Christopher Lloyd mientras se preparaba para lanzar su DeLorean a romper las barreras del continuo espacio-tiempo.
Pero lo cierto es que ni el deportivo biplaza con el que Marty McFly viajaba a 1955 en Regreso al Futuro ni el radiodespertador que hacía revivir el día de la marmota a Bill Murray una y otra vez en Atrapado en el tiempo ni ningún otro ingenio humano es capaz de hacernos viajar en el tiempo como los 67 vinos presentados en el primer salón de añadas antiguas y vinos añejos; los 67 vinos presentados en el salón de Los Vinos del Tiempo.

Viajes en el tiempo a través de una copa
Así que ni DeLorean ni radiodespertador ni agujeros de gusano son tan eficaces para transportarnos varias décadas atrás como una sencilla copa Riedel (sencilla pero de calidad; no vayamos a joder el viaje con una mala copa) en la que degustaremos “vinos añejos”; justo lo contrario de lo que suele ser habitual en las ferias vinícolas, repletas de novedades ávidas (a veces, demasiado) de lanzarse a conquistar el mundo.
En la primera edición de este evento único fueron 15 las bodegas y cerca de 70 las joyas que nos propusieron viajes a tiempos en los que ni siquiera habíamos nacido, tiempos que sólo podemos conocer a través de los libros, las películas, los cuadros… y por supuesto, de una forma incluso más directa, a través de los vinos.
El viaje más lejano nos lo proponía Bodegas Franco-Españolas con su Viña Soledad Tête de Cuvée Reserva 1959, un viaje de nada menos que 64 años tan espectacular como sorprendente a través de un vino blanco sometido a una crianza extrema (un año en un tino de madera y otros cuatro o cinco en barricas usadas de roble americano seguida de tres años en el botellero de la bodega); un vino tan tremendamente vivo que asusta y que, sin lugar a dudas, destruye cualquier noción convencional del tiempo que creas entender.
Desde allí saltamos a 1964, añada histórica riojana representada por tres pesos pesados de tres bodegas míticas: el Excelso Gran Reserva de Franco-Españolas, el Monte Real Gran Reserva de Bodegas Riojanas y el Gran Reserva de Marqués de Riscal. Más allá del mérito que supone el hecho de que estos vinos se encuentren vivos, bebibles e incluso disfrutables casi seis décadas después de una vendimia récord (entonces) en Rioja tanto por cantidad (159 millones de kilos de uva) como por calidad, esa longevidad extrema pone en contexto la esencia de Rioja, de los vinos de guarda y de todo el saber hacer atesorado por generaciones de elaboradores.
Los 70 son los nuevos 20 para los buenos vinos de guarda
Vaciada la copa, saltamos nuevamente en el túnel del tiempo para trasladarnos hasta otra añada mítica, 1970, de la mano nuevamente de una botella de Monte Real Gran Reserva mientras Emilio Sojo, enólogo de la bodega, nos va guiando por los viñedos de Cenicero y sus alrededores en un viaje lleno de saltos temporales que nos permitirá disfrutar de cuatro añadas de esta referencia separadas por 40 años para descubrir las diferencias de elaboración, de estilos y de modas que hacen tan dinámicamente fascinante el mundo de los vinos de guarda.
Pero, no quememos etapas tan deprisa. Tras un nuevo salto que esta vez nos lleva a 1978 de la mano del Viña Albina Gran Reserva, es ahora Bodegas Montecillo quien nos invita a aterrizar en la Rioja de 1981 a través de su Gran Reserva Selección Especial, del que probaremos también las añadas de 1994 y 2001. Catamos un vino de una crianza extrema que, tras pasar por tinos de madera y barricas fabricadas en la propia bodega, no se embotellaría hasta mediados de 1986 y no saldría de la bodega hasta tres años más tarde. Nos sigue sorprendiendo ver en la etiqueta la baja graduación (12,5 %) tan característica de los vinos tintos de la época, a pesar de buscarse una alta madurez de la uva que aportase esa fruta negra y esa profundidad a este monovarietal de Tempranillo capaz de contarnos diferentes historias a cada trago como corresponde a un vino que ha ido evolucionando a lo largo de nada menos que 42 años de vida, dando especial sentido a sus ocho años de crianza.
Guiados nuevamente por nuestra hoy mágica copa Riedel –proporcionada por Euroselecció–, seguimos avanzando en el tiempo y en el espacio hasta teletransportarnos sensorialmente al corazón del Penedés de 1989, a una finca de Turons de Vilafranca con cuyas uvas se elabora desde 1970 Mas la Plana, el monovarietal de Cabernet Sauvignon de Familia Torres que en 1979 rompió las reglas de juego desbancando, con su primera añada, a los grandes cabernets del mundo en las Olimpiadas del Vino de Gault & Millau, celebradas en París.
¡Scotty: Teletransporte para dos!
Un nuevo vaciado de copa (duele tirar vinos como estos, pero es un mal necesario para seguir “viajando”) nos permite plantarnos frente a la mesa teletransportadora de la Compañía Vinícola del Norte de España –Cune, para los amigos– para llenar la copa con el siempre brillante Imperial Reserva, que nos lleva hasta Haro en 1990 y nos trae inmediatamente a la mente esa idea de los “vinos finos de Rioja”, ese saber hacer que encierra la elección del coupage con un pequeño aporte de Graciano y Mazuelo, ese peso olfativo que los tostados de las barricas han impreso en un vino de más de 30 años y, sobre todo, esa complejidad tan bien equilibrada que sólo la experiencia de una bodega centenaria es capaz de lograr.
Con el Imperial viajaremos también a 1996 y 1998, pero antes nos detendremos en 1994 de la mano de Barón de Chirel, la etiqueta de Herederos del Marqués de Riscal que se imprime únicamente en añadas especialmente buenas para vestir unas botellas de un varietal de Tempranillo elaborado con uvas de cepas muy muy viejas complementado con un aporte de Cabernet Sauvignon en una clara influencia bordelesa que hoy se achaca al profesor Guy Guimberteau, entonces asesor de la bodega, a quien seguiría Paul Pontallier, quien fuera director general de Château Margaux.
Con aquella añada de 1994 se inauguraban los entonces “nuevos” riojas que acabarían conociéndose como “vinos de alta expresión” y que hoy son sencillamente deliciosas amalgamas de sensaciones sedosas en boca, como nos confirma la cata vertical de siete añadas que llevamos a cabo en esta mesa.
Y para seguir hablando de Rioja y sensaciones sedosas, la mesa de Vinícola Real nos traslada a 1998 con su 200 Monges Gran Reserva, un soberbio vino de una bodega que persigue incansablemente la excelencia en cada creación, algo que constatamos mientras su alma mater, Miguel Ángel Rodríguez, nos ayuda a entender las diferencias entre las tres añadas que nos propone para la ocasión: la mencionada 1998, 1999 y 2001.
En esta misma mesa, su 200 Monges Gran Reserva Blanco nos trasladará a 2007, 2010 y 2011, al viñedo del Alto del Najerilla y a la bodega de Albelda de Iregua, donde las fermentaciones extremadamente lentas son solamente uno de los secretos de este auténtico alquimista y estudioso del vino.
Preparados para cambiar de siglo
Según nos acercamos al nuevo siglo, los saltos se vuelven cada vez más cortos en el tiempo y más distantes en el espacio. Así que nos agarramos porque llegan curvas de la mano de un Jean Leon que nos lleva al Penedés de 1999 con su Vinya Le Havre Reserva, un vino de guarda perfectamente armado gracias a su larga crianza y al coupage de Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc de cepas viejas que el propio Jean Leon o Ángel Ceferino Carrión Madrazo mandó plantar a mediados de los años 60 para crear un vino de calidad destinado a los EE.UU. que afortunadamente hoy podemos beber también en España.
Pero 1999 nos lleva también a la Ribera del Duero de la mano de Protos Gran Reserva desde donde volvemos a saltar a Rioja con la añada 2001 de Izadi Selección, un vino que se encuentra en un momento absolutamente extraordinario, mostrando un equilibrio casi imposible entre madurez, viveza y profundidad.
Con el viaje a 2002 cambiamos completamente de registro para escalar por las laderas pizarrosas de Gratallops, en el Priorato, y para descubrir la lozanía y exuberancia de Partida Bellvisos en formato mágnum. Su bodega, Mas Martinet, nos invita también a probar Clos Martinet y a viajar al Montsant vía Venus, en ambos casos saltando a la añada 2003, a esa frontera impuesta por los organizadores para los vinos tintos.
Los sorprendentes blancos y los vinos del Marco de Jerez
Así que ahora son los blancos los que se hacen con los mandos de la máquina del tiempo y nos regalan experiencias como la cata vertical de seis añadas de Pazo Señorans Selección de Añada. No es la primera vez que comprobamos cómo sus Albariños, lejos de venirse abajo, mejoran con el paso del tiempo, y de hecho es la añada más antigua de las que probamos (2005) la única que comienza a mostrar signos de evolución, de una evolución embriagadora.
Pero, llegados a este punto, hemos de admitir que en la materia de viajar en el tiempo nadie sabe más que las grandes bodegas del Marco de Jerez. Sus vinos son eternos, y en sus soleras se esconden los secretos que hacen que sus vinos vayan creciendo en lugar de apagarse.
En esta muestra disfrutamos de joyas como el Amontillado Del Duque o el Palo Cortado Apóstoles, de González Byass, calificados ambos como VORS, lo que les asegura una crianza media de al menos 30 años. Viajamos igualmente lejos con el Palo Cortado Capuchino y el Oloroso Sibarita de Osborne, y acabamos con Williams & Humbert que, aparte de sus VORS y VOS (estos últimos con una crianza media de al menos 20 años), nos permitió probar los elegantes vinos de su Colección Añadas.
Y es que, a diferencia de otras regiones en las que el objetivo es preservar los vinos de la oxidación y el envejecimiento, en Jerez son capaces de perpetuar la vida de los vinos muy por encima de la de las personas haciendo incluso que la oxidación sea el aliado más que el enemigo y, de paso, haciéndonos gozar, haciéndonos viajar a los años en los que las criaderas de las soleras de estos vinos eternos se rellenaron por primera vez mientras vamos dejando que las últimas gotas de un excepcional palo cortado vayan diluyéndose en nuestros paladares negándonos, por una vez, a vaciar la copa en una escupidera y resignándonos, ahora sí, a concluir el viaje, regresar al futuro y contar los días para disfrutar de una nueva edición de Los Vinos del Tiempo.
