Madrid tiene un problema. Lo ha tenido siempre. Como histórico “cruce de caminos” (ahora lo llaman hub), Madrid recibe, concentra y distribuye bienes que proceden de todos los rincones de nuestro país. En el caso del vino, en Madrid “nos bebemos” buena parte de lo que se produce en Valladolid, en La Rioja, en Burgos, en Galicia y hasta en Jerez, pero nos olvidamos de que en este triángulo de tierra hay vinos fabulosos, variedades autóctonas, terruños únicos…
“Terruños”, en plural, es otra de las claves. Y es que en Madrid hay cuatro zonas de producción diferenciadas, según la propia denominación de origen, que abarcan 8.900 hectáreas de viñedo y agrupan a 51 bodegas. Hablamos de El Molar (la última en llegar), Navalcarnero, Arganda y San Martín de Valdeiglesias.

Hoy nos desplazamos a esta última subzona, a la esquina suroeste del “triángulo”, a algo más de una hora de la capital, para aprender un poco más de la historia y los vinos de Las Moradas de San Martín, una de esas bodegas que pueden hacer que te enamores de algunos de los vinos de Madrid.
Las Moradas de San Martín te propone una visita “a tu aire”
Según nos acercamos a la bodega, que se encuentra a una hora del centro de Madrid, empezamos a observar cómo cambia el paisaje. Lo hace especialmente cuando dejamos atrás el municipio de Navas del Rey y nos adentramos en la cuenca del río Alberche y en las inmediaciones de la sierra de Gredos.
Campos de cereal y zonas industriales van quedando atrás. Incluso la “autovía de los pantanos” (M-501) se convierte en una tortuosa carretera de montaña que serpentea entre los pinares del bosque mediterráneo que cambian el paisaje según vamos llegando al pago de los Castillejos, el paraje de San Martín de Valdeiglesias en el que se sitúa la bodega.
Allí, en la zona más alta de este municipio de tradición vitícola (a unos 870 metros de altitud), se encuentra Las Moradas de San Martín, una bodega château, rodeada de viñedo viejo repartido en anárquicas parcelas sobre suelos de arenas graníticas que muy pronto vamos a descubrir.

Ana Gállego (directora de marketing y comunicación de Enate), Natalia Royo (responsable de prensa) y Manuel Blasco (sumiller y responsable del enoturismo) nos reciben con un fantástico desayuno campero para contarnos la propuesta enoturística de la bodega en uno de esos días de finales de la primavera en los que el tiempo cambia casi a cada minuto.
–Este año hemos empezado con un nuevo modelo de visita que llamamos “a tu aire”. Consiste en hacer un recorrido por la finca siguiendo un mapa y buscando varios códigos QR que te explican algo de interés a través de un breve vídeo. En cada uno de esos puntos, dejamos también una botella de vino para que cada visitante lo cate a su aire –nos explica Natalia.

–Lo que pretendemos es que la gente aprenda de la cultura del vino –añade Isabel Galindo, la enóloga de la bodega, quien nos acompañará también durante la visita–. El objetivo principal es el concepto de “terreno”, tocar el viñedo y focalizar toda la visita en el viñedo.
Acompañados de nuestros anfitriones, vamos completando el recorrido tal y como lo harían los visitantes, copa en mano, parando a degustar algunos de los vinos junto a las viñas en las que se cultivan las uvas con las que se elaboran.
Isabel nos comenta que el ciclo viene adelantado unas tres semanas respecto a otros años, algo que se nota especialmente en las cepas de Albillo; una de las dos variedades con las que trabaja la bodega.
En la actualidad, la Garnacha Tinta y el Albillo Real son las variedades reinas de la zona, al igual que ocurre en la D. O. P. Cebreros y en la zona norte de la D. O. Méntrida, que, con sus matices, forman un único terruño geográficamente hablando a pesar de que administrativamente sean como el agua y el aceite.

Mientras recorremos las diferentes viñas, Isabel nos invita a reparar en que el viñedo está completamente rodeado de monte bajo. Las cepas de la viña son, de hecho, una especie de isla en un extenso mar de jara y de retama salpicadas de fresnos, encinas, pinos…
Las Moradas de San Martín y la Garnacha
Lo cierto es que encontrar aún este viñedo en esta zona alta es una especie de pequeño milagro que debemos agradecer a Enate. Como en tantas otras zonas vitivinícolas, en los años 70 y 80 se produjo un éxodo hacia las ciudades, el viñedo fue abandonándose y desapareciendo, las cooperativas fueron perdiendo rentabilidad y poco a poco el monte fue colonizando estas abruptas tierras de secano salpicadas de rocas de granito que habían acogido vides desde el siglo XII.
Afortunadamente, los socios de Enate supieron ver el potencial de esta tierra hermanada con el Somontano por la Garnacha, y en 1999 Las Moradas de San Martín fue la primera bodega privada creada en esta zona.
Durante los primeros años se limitaron a estudiar los suelos, recuperar las viñas y encontrar la mejor manera de cultivar la uva de mayor calidad, con Telmo Rodríguez al frente del proyecto. Tres años más tarde se incorporaría Isabel Galindo, entonces su discípula, y en 2005 se elaboraba la primera añada. Acababa de nacer Initio, el vino que, como su nombre indica, daba origen a todo lo que aún estaba por llegar.
De la mano de Enate, Las Moradas de San Martín nace en 1999 como la primera bodega privada creada en la zona de San Martín de Valdeiglesias
Esa Garnacha capaz de hermanar terruños tan diferentes como los suelos arcillosos calizos del Somontano y los arenosos graníticos de San Martín de Valdeiglesias “es la uva más camaleónica que existe”, nos explica Isabel. “Dependiendo del terreno puede ser más o menos oxidativa, tener más o menos color o dar más o menos grado”, concluye la enóloga.
No es algo nuevo, algo que no hubiéramos oído antes, pero nos encanta escucharlo en la voz de Isabel, que te explica absolutamente todo de manera didáctica y sencilla, con una extraña mezcla de serenidad y auténtica pasión.
Un paseo por Las Moradas de San Martín con Isabel Galindo
Mientras te explica que la Garnacha es una variedad muy productiva, de ciclo largo, parte del cerebro de Isabel parece estar pensando en cómo está desarrollándose el viñedo. Sus manos escudriñan un largo pámpano de una cepa de Albillo sin que la clase magistral sobre la Garnacha se detenga en ningún momento.

Isabel nos habla de los suelos pobres, de unos rendimientos que no superan los 3.000 kilos por hectárea, de cómo la Garnacha se comporta en altura de forma diferente, aportando a los vinos más color, mayor longevidad… Precisamente la capacidad de guarda de los vinos elaborados con la Garnacha de este terruño es algo que aún hoy les sigue sorprendiendo.
Isabel nos habla del cóctel de acidez, alcohol y polifenoles como explicación de esa longevidad, nos habla de las canteras de granito que rodean el viñedo, del cultivo ecológico, de la cubierta vegetal a la que sucederá un posterior arado, de la poda baja, que ayuda a que las uvas estén más protegidas del exceso de sol, de la propensión al corrimiento de los incipientes racimos de Garnacha que hoy podemos ver mientras paseamos por la viña acariciados ya por unos pámpanos cuyos zarcillos buscan incansablemente un lugar en el que sujetarse…
A pesar de que hoy todas las parcelas se cultivan de la misma forma, es imposible no darse cuenta de sus diferencias: viñas más jóvenes junto a otras como La Centenera, plantada en un lejano 1908, calles que desfilan de este a oeste lindando con parcelas que dibujan cuadrículas con abundantes faltas sobre una tierra pobre que hace difícil la replantación…
La finca en realidad es un complejo puzle de 23 hectáreas de viñedo comprado a 25 dueños diferentes. Hay otras tres hectáreas arrendadas y, con todo ello, se producen unas 70.000 botellas anuales.
Senda 2018 y Las Moradas de San Martín Albillo Real 2021
Durante el paseo, cataremos Senda 2018 y Las Moradas de San Martín Albillo Real 2021, en ambos casos en formato mágnum. Senda es una oda a ese viñedo viejo de Garnacha que hemos estado visitando durante la mañana, un vino serio pero a la vez amable que destila terruño. En cuanto al Albillo, es igualmente serio, con recuerdos a monte y unas notas yodadas tan singulares como adictivas.
Isabel nos explica que el Albillo Real es una uva temprana, de ciclo corto y de carácter oxidativo. Sus cepas son rastreras, con racimos sueltos y un raspón muy fino. El vino que catamos hace una crianza en barricas usadas de vino tinto y 500 litros de capacidad que han sido convenientemente cepilladas.
La bodega de Las Moradas de San Martín
Ya en la bodega, aprenderemos que todo se fermenta en depósitos de acero inoxidable. Para los tintos, no se busca una gran extracción y, de hecho, la maceración es bastante delicada, sin romper el sombrero, solamente mojándolo. Muchas veces, incluso, el vino se descuba antes de que acabe la fermentación, ya que en caso contrario los taninos pueden ser excesivamente ásperos.
La bodega y la sala de crianza se han quedado algo justas para las dimensiones del proyecto, especialmente ahora que empiezan a apostar con fuerza por el enoturismo, si bien se trata de un edificio práctico, ubicado en medio del viñedo, lo que permite que la uva (vendimiada a mano) llegue a la bodega en escasos minutos.

Nos sorprende encontrar abundantes barricas de 500 litros, de roble francés, americano y húngaro, nuevas y usadas, de tonelerías muy variadas: Demtos, Vicard, Seguin Moreau, Adour o la murciana Herfe.
Y, como no podía ser de otra manera, la jornada concluye compartiendo mantel en un porche que lo mismo sirve para recibir la uva, seleccionarla y despalillarla como para recibir invitados, agasajarlos y darles de beber.
Senda 2020, Initio 2018 y Libro Once. Las Luces 2011
Así, durante la comida llenaremos las copas con Senda 2020, una añada que no se encuentra aún en el mercado pero que nuestros anfitriones quieren que probemos para que descubramos el rediseño de sus etiquetas; un rediseño que viene acompañado de unas botellas algo más ligeras en un esfuerzo por reducir la huella de carbono; algo que siempre es de agradecer.
De paso, comparamos Senda 2020 con esa añada 2018 que degustamos en un primer momento y encontramos un vino frutal, balsámico, de buen volumen, con aromas a monte bajo y flores que en boca nos recibe con taninos claramente marcados.
Acabamos la cata “volviendo a los orígenes” a través de Initio 2018, en cuya copa encontramos fruta roja, abundante acidez, buena longitud y una entrada algo más puntiaguda que en Senda 2020.
Es un vino perfectamente armado y reposado, con la madera muy bien integrada, mucha estructura y un trago redondo con posgusto lácteo. Es, asimismo, mucho más balsámico, y llena nuestra boca y nuestra nariz de ese monte bajo y esos suelos graníticos que nos rodean.

La cata concluirá con uno de esos vinos que se convierten en compañeros de la sobremesa, que en la boca se sienten como terciopelo; uno de esos vinos que se vuelven amables mientras envejecen y que, cuando los pruebas, dan sentido a todo. Libro Once. Las Luces 2011 es el puro reflejo de la Garnacha de La Centenera, de esa parcela de 3,25 hectáreas que alguien plantó hace ahora 115 años; es el puro reflejo de esos suelos graníticos, de esa altitud y de ese monte bajo que nos rodean, de esos ingredientes de la naturaleza que dan sentido a todo este proyecto vitivinícola que ahora puedes descubrir, copa en mano, “a tu aire” en una de las propuestas enoturísticas más interesantes que hemos conocido últimamente, dejándote perder entre esas viñas viejas divididas en anárquicas parcelas que hunden sus raíces en la arena de lo que un día fueron gigantescas rocas de granito.
Vinos catados durante la visita a Las Moradas de San Martín
Vino | Alcohol | Producción | Precio (75 cl) |
Senda 2018 | 14 % | ~30.000-35.000 botellas de 75 cl | 9 euros (añada 2019) |
Las Moradas de San Martín Albillo Real 2021 | 13,5 % | 14.792 botellas de 75 cl 363 botellas de 1,5 l | 12,50 euros |
Senda 2020 | 14 % | ~30.000-35.000 botellas de 75 cl | 9 euros (añada 2019) |
Initio 2018 | 14,5 % | 24.600 botellas de 75 cl 210 botellas de 1,5 l | 14 euros |
Libro Once. Las Luces 2011 | 15 % | 7.974 botellas de 75 cl | 32 euros |