Hay un universo paralelo en el que los Arribes del Duero, esa lengua de tierra fronteriza que separa Zamora y Salamanca de las portuguesas Braganza y Guarda, son una de las regiones vitivinícolas más reconocidas del mundo, una realidad alternativa en la que los vinos de Rufete y Juan García son imitados en el Nuevo Mundo y en la que en lugar de un Chardonnay es habitual pedir una copa de Puesta en Cruz.
Eso es, al menos, lo que imagino cuando cierro los ojos y vuelvo a dar un trago a este Jimbro 3 2018, a esta impecable mezcla de fruta y de terruño en la que las variedades ancestrales de esa lengua de tierra fronteriza con las que se elabora llenan de sensaciones cada recobeco de mi boca al tiempo que en mi cabeza comienzan a agolparse las preguntas. ¿Por qué este vino u otros similares son desconocidos? ¿Por qué no ocupan un lugar destacado en las vinotecas o en las cavas de los restaurantes de Estrella Michelin?
Esto, que tiene una respuesta tan simple o tan compleja como queramos darle, no es sino una manera de reflexionar sobre lo infravaloradas que tenemos algunas zonas vitivinícolas que, evidentemente, no han tenido el músculo, la determinación, el apoyo o, sencillamente, la masa crítica necesaria para reivindicarse como lo que son.
Jimbro 3 2018 es un perfecto ejemplo del potencial de la zona de Arribes, si bien no está amparado por la denominación de origen y se etiqueta como Vino de la Tierra de Castilla y León.
Como su nombre sugiere, se trata de un coupage de tres variedades, Bruñal, Rufete y Juan García, procedentes de pequeños viñedos de cultivo ecológico con cepas de entre 80 y 120 años que hunden sus raíces en terrazas repletas de granito y esquistos de pizarra en las localidades de Fermoselle, Pinilla y Aldeadávila de la Ribera mientras proporcionan un rendimiento de unos 2.500 kg/ha.
El vino se elabora de manera convencional y se cría en barricas nuevas y de segundo uso para pasar unos cuatro años reposando en botella y salir al mercado entrado ya en su ventana de consumo óptimo.
Cuando lo servimos en la copa encontramos un vino de capa media y color picota con el halo violáceo. En su nariz conviven aromas florales (violetas) y frutales (fresas y moras) con notas de monte bajo, aunque hay que ser paciente y airear la copa para dejar que una primera capa aromática reductiva desaparezca y que la nariz muestre su franqueza y exuberancia.
En boca, Jimbro 3 nos regala un trago elegante, complejo y de buena longitud, con buena acidez y ese carácter frutal que encontrábamos en la fase olfativa. Pero lo que quizás más nos sorprende son sus taninos sedosos, verdaderamente embaucadores.
Es un vino impecable, expresivo, intenso pero equilibrado; una copa de auténtico terruño que me lleva a cerrar los ojos y pensar en un universo paralelo en el que los Arribes del Duero son una de las regiones vitivinícolas más reconocidas del mundo.
Vino | Alcohol | Producción | Precio (75 cl) |
Jimbro 3 2018 | 14,5 % | 8.500 botellas de 75 cl | 24,50 euros |
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Jimbro 3 2018: Bruñal, Rufete and Juan García assembled in perfect harmony
There’s a parallel universe in which Arribes del Duero is one of the most recognized wine regions in the world, an alternate reality in which the wines of Rufete and Juan García are emulated in the New World and in which instead of asking for a Chardonnay, people order a glass of Puesta en Cruz.
That is, at least, what I imagine when I close my eyes and take another sip of this Jimbro 3 2018, this impeccable mix of fruit and terroir that insists on filling every corner of my mouth with sensations while questions begin to flood my head. Why this wine or others like it are unknown?
This, which has an answer as simple or as complex as we want to give it, is nothing but a way of reflecting on how undervalued are some wine-producing areas that, evidently, haven’t had the muscle, determination, support or, simply, the critical mass necessary to vindicate themselves as what they are.
Jimbro 3 2018 is a perfect example of the potential of the Arribes area, although it’s not covered by the designation of origin and is labeled as Vino de la Tierra de Castilla y León.
As its name suggests, it’s a blend of three varieties, Bruñal, Rufete and Juan García, from small organically grown vineyards with vines between 80 and 120 years old that sink their roots into terraces full of granite and slate schist in the villages of Fermoselle, Pinilla and Aldeadávila de la Ribera while providing a yield of about 2,500 kg/ha.
The wine is conventionally made and is aged in new and second-use barrels to spend about four years resting in the bottle and hit the market when it has reached its optimum consumption window.
When we serve it in the glass, we find a medium layered wine with a cherry color and a purple rim. Floral (violet) and fruity (strawberries and blackberries) aromas coexist on the nose with notes of scrubland, although you have to be patient and aerate the glass to let the first reductive aromatic layer disappear allowing the nose to show its frankness and exuberance.
On the palate, Jimbro 3 gives us an elegant, complex and long drink, with good acidity and that fruity character that we found in the olfactory phase. But what perhaps surprises us the most are its silky tannins, truly seductive.
It’s an impeccable, expressive, intense but balanced wine; a glass of authentic terroir that makes me close my eyes and think of a parallel universe in which the Arribes del Duero is one of the most recognized wine regions in the world.