Podríamos decir que nos despierta el gallo, pero lo cierto es que nos levantamos pronto por inercia y porque el sol insiste en encontrarnos rebotando por las claras paredes de la villa en la que descansamos. Y es que amanece pronto en esta primavera ya avanzada, en esta primavera genuinamente riojana con sol, con lluvia, viento… con calor y con frío, con todo aquello que hace que las cepas desarrollen su enorme potencial al tiempo que hace que los viticultores no tengan un minuto de descanso.
Así que amanecemos en la segunda de las tres villas turísticas que Finca La Emperatriz tiene junto a sus casi 100 hectáreas de viñedo o, más bien, rodeados por sus casi 100 hectáreas de viñedo; tres antiguas casas de un complejo agrícola hoy convertidas en bungalows, en acogedoras villas de 76 m2 en las que cualquier amante del mundo del vino que se precie de serlo encontrará su propio Shangri-La.
El origen del enoturismo en Finca La Emperatriz
Tras adquirir la finca, en 1996, los hermanos Hernáiz –Eduardo y Víctor– comienzan a cultivar y vender uva de calidad antes de lanzarse a elaborar las primeras añadas de sus vinos. Una de las decisiones que toman inmediatamente es conservar todos los edificios de este casar agrícola, y como conservar sin dar uso es sencillamente antieconómico, las tres pequeñas casas acabarán por convertirse en tres acogedores bungalows.
La idea del enoturismo comienza a materializarse, en realidad, entre 2015 y 2016. Un par de años más tarde se inaugurará el wine bar, mientras que entre finales de 2020 y principios de 2021 se pone en marcha el alojamiento en estas tres casitas devueltas a la vida.
Toda esta actividad permite que haya tres personas contratadas dedicadas al enoturismo, a un turismo del vino cuya actividad estrella es la visita guiada al viñedo con una cata posterior de cuatro vinos de Finca La Emperatriz, si bien en la bodega plantean diferentes opciones, como un pícnic que cada cual elige disfrutar donde buenamente le apetezca dentro de la finca o una visita al atardecer que se pondrá en marcha durante los viernes, los meses de verano.
Pero aún falta algún tiempo para eso. De hecho, las flores de las cepas ni siquiera han cuajado, y mientras contemplamos las vides de Garnacha en espaldera desde el ventanal de nuestra villa, podemos ver cómo un tractor recorre cada “renque” –cada hilera de cepas– aplicando una solución de cobre para neutralizar las potenciales enfermedades fúngicas tras una noche en la que la lluvia ha hecho acto de presencia.
En este punto es preciso aclarar que todo el viñedo de la finca se trata de manera ecológica, con una parte ya certificada y otra en proceso; un modelo de viticultura que no es sencillo con el clima de Rioja pero que año a año va ganando adeptos.
Acabamos nuestro desayuno de productos locales –si pasas por la zona, déjate caer por El Horno de Fede, en Castañares de Rioja–, aprovechamos el confort y la wifi para escribir un poco del texto que ahora lees y, ya a media mañana, nos dirigimos hacia el edificio del wine bar, donde Eduardo Hernaiz nos espera para enseñarnos una pequeña joya.
Bienvenidos al cielo de Rioja; bienvenidos a Guardacumbres
Para ser sinceros, aunque hemos venido a Finca La Emperatriz para conocer –y disfrutar– su propuesta enoturística, hay algo que también nos ha traído al extremo noroccidental del territorio de la D. O. Ca. Rioja. Ya habíamos visitado con anterioridad la finca, pero hace unos meses, durante una cata vertical en Madrid, Eduardo nos había hablado de un nuevo vino que muy pronto estará en el mercado, un vino de un paraje único que hace que cuando Eduardo te habla sobre él sus ojos se iluminen y su boca dibuje una sonrisa, una viña que estábamos deseando conocer.
Así que, tras un breve recorrido por el viñedo de Finca La Emperatriz, tomamos rumbo norte hacia la cercana Cuzcurrita de Río Tirón y, más concretamente, al paraje conocido como Hoya de Baños, a donde llegamos por una de las pistas de tierra –el camino de Repinate– de todo un entramado que recorre los montes que caprichosamente se alzan desafiando la depresión del valle del Ebro en esta zona. Allí, en una loma que se abre a los cuatro puntos cardinales, encontramos Guardacumbres, una parcela de 2,3 hectáreas brutas (1,7 hectáreas cultivadas) en la que varios cientos de cepas extremadamente viejas conviven con algo menos de cuarenta olivos y con lastras calcáreas que afloran en varios puntos de este promontorio de suelos arcillosos y arenosos.
Aunque Eduardo no presume de ello, probablemente estemos pisando uno de los viñedos más viejos de Rioja, ya que los primeros brotes de filoxera de la provincia fueron detectados en la población de Sajazarra –a unos ocho kilómetros al norte de donde estamos– en un lejano 1899, así que estos parajes fueron castigados por el temible ácaro antes que otras zonas de Rioja. Muchas de las cepas replantadas con posterioridad siguen hoy vivas en una viña multivarietal (con bastante uva blanca) que los Hernáiz llevan vinificando por separado desde el año 2017, y que desde 2018 se trabaja también de manera ecológica.
Eduardo nos explica que este paraje ha sido un quebradero de cabeza hasta que realmente han entendido sus peculiaridades. Y es que estas cepas viejas producen unas bayas muy concentradas que pueden generar vinos “pesados”. Por eso, en contra de la lógica, la viticultura de esta parcela está orientada a favorecer la producción, algo que vemos claramente observando su poda.
En cualquier caso, es una experiencia única pasear entre estas cepas centenarias sin poder evitar acariciar sus verdes pámpanos mecidos por el viento y su madera vieja deshilachada; pasear entre estas cepas eternas que parecen vivir al margen de la civilización, al ritmo de un reloj que no es el nuestro; pasear pensando en cómo esta increíble viña fue plantada con cariño y esmero, trazando calles impecables de norte a sur aprovechando que la loma dibuja una tenue ladera hacia el naciente, pensando en cómo fue podada con el mismo cuidado por las generaciones de viticultores que han conservado este tesoro natural centenario, cercenando brazos que ya no eran viables, cubriendo faltas a base de morgones –acodos, en “riojano”–, reconduciendo cada uno de estos intrincados vasos para dar nueva vida a la vieja vida y creando, sin pretenderlo, esculturas vivientes de una belleza única.
Cata de vinos de Finca La Emperatriz
De vuelta a la bodega, terminamos nuestra visita como no puede ser de otra manera, disfrutando de los vinos que allí se elaboran en compañía de Eduardo, quien nos guiará a través de una selección de vinos que ponen en contexto el presente, el pasado y el futuro de Finca La Emperatriz.
Comenzamos con Finca La Emperatriz Blanco 2016, un monovarietal de Viura con diez meses de crianza en barricas que se muestra deliciosamente evolucionado, muy vivo, con una fantástica acidez y esos sugerentes aromas a flores secas con notas de hidrocarburos, flor de acacia y levaduras, todo lo cual da paso a una boca fina, elegante pero con nervio, con un posgusto mentolado y balsámico que hace imposible no repetir el trago.
A continuación saltaremos a la añada 2019, destinada a salir en septiembre al mercado. Aquí encontramos una acidez amable, fruta de hueso, flores blancas, heno, notas herbales, balsámicas y mentolados en un vino con sugerentes toques minerales y un buen volumen.
Repetimos la cata con los tintos de las mismas añadas. Finca La Emperatriz Tinto 2016, un varietal de Tempranillo, con un aporte de Garnacha y un toque de Viura cofermentadas y con una crianza de 18 meses en barricas, nos muestra fruta negra y roja, monte bajo, especias, violetas y un toque de jabón de tocador que en boca ofrece un tanino sedoso, muy buena estructura, complejidad y un final balsámico con notas lácteas, si bien lo que más nos sorprende es su vivacidad, su acidez y su muy moderada evolución.
En la añada 2019 se repite ese perfil de fruta roja y negra de los tempranillos más complejos, con aromas a especias y violetas un poco más marcados. Es un vino elegante con muy buena acidez, fantástica estructura y un tanino pulido que promete convertirse en tanino sedoso con el tiempo.
Catamos a continuación Las Cenizas 2021, añada que saldrá al mercado a lo largo de junio; un varietal de Tempranillo con un aporte de Mazuelo procedentes de cepas plantadas sobre suelos arcillosos calcáreos por la familia Hernáiz en la localidad de Cenicero, criado en barricas en torno a un año y medio. Se trata de un vino que combina una gran calidad con un perfil muy fácil, goloso –que no dulce– y seductor, con aromas a fruta negra madura y especias, buena acidez, tanino pulido, equilibrado y un final marcadamente láctico.
Finalmente, Eduardo nos invita a probar en primicia su Guardacumbres 2022, la primera añada de este vino que llegará al mercado con sólo 850 botellas producidas. Es un auténtico coupage de viña en el que el Tempranillo se acompaña de Graciano, Garnacha y un toque de Mazuelo. Una pequeña parte (sobre el 15 %) fermenta con raspón; se elabora en depósitos abiertos de pequeño formato y se cría durante 12 meses en barricas viejas.
Al catarlo, encontramos un vino con personalidad, con la elegancia y la complejidad de las buenas añadas de Finca La Emperatriz y con los taninos dulces de Las Cenizas; un vino con aromas a fruta roja, violeta y regaliz que dan paso a una boca fina, suave, sorprendentemente pulida para tratarse de un 2022. No hay mucha extracción pero sí hay “contenido” en este vino de excelente equilibrio y notable elegancia.
Y para terminar, ya en animada charla frente a unas reparadoras patatas a la riojana y un guiso de cordero, compartimos vivencias, hablamos de Rioja, de El Bierzo, de Champagne, de las catas a ciegas, del WSET –que, por cierto, se imparte en la bodega–, del mercado del vino, del enoturismo… Arreglamos el mundo una vez más mientras catamos un par de ejemplos de la “historia antigua” de la bodega: un monovarietal de Garnacha de 2009 –delicioso y goloso– y un reserva del año 2001 que nos trae a la mente ese recuerdo de los clásicos vinos finos de una Rioja que a veces añoramos en las nuevas elaboraciones.
Y es que en esta región confluyen todos los ingredientes que nos apasionan a quienes amamos el mundo del vino: paisaje, tradición, viticultura, historia y calidad; todos los ingredientes que hoy hacen que el enoturismo abra una nueva vía para hacernos disfrutar de este apasionante pedacito de nuestra cultura mientras degustamos nuevas propuestas en un wine bar, paseamos entre viñas o nos despertamos porque el sol insiste en encontrarnos rebotando por las claras paredes de la villa en la que descansamos en una primavera genuinamente riojana.
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