Adega O Cabalín es fruto de un flechazo, del flechazo que sintió Luis Peique cuando su mujer, Teresa López, le llevó a visitar este paraje, una ladera de fuerte inclinación en la que las viejas cepas de Mencía, Godello, Caíño, Merenzao y otras variedades propias de la zona luchan por encontrar los retazos de tierra retenidos en un intrincado milhojas de pizarra.
Casi tan lentamente como crecen las raíces de esas cepas viejas, la idea de hacer vino en la zona fue creciendo en la mente de Luis tanto como las ganas de Teresa de abrazar su pasado y recuperar el viñedo que había pertenecido a su abuelo. Así, guiados por el corazón más que por la razón, comenzaron a comprar parcelas salpicadas de un viñedo que en muchos casos se encontraba completamente abandonado. “Cuando fuimos a registrar las viñas nos preguntaron si las comprábamos para replantar, y al contestarles que no, que queríamos recuperarlas, nos dijeron que éramos unos románticos, y así nos hemos quedado como «los románticos»” nos comenta Luis Peique mientras Teresa le regala una sonrisa dulce de complicidad.
A Espedrada, O Cabalín y Viladequinta
Comenzamos la cata por A Espedrada 2018, la segunda añada de un monovarietal de Godello vendimiado a mano de cepas centenarias de cultivo ecológico (como todos los vinos del proyecto) salpicadas por las dos laderas (norte y sur) del viñedo. Luis y Teresa nos explican que para poder ir a tiro hecho durante la vendimia marcan previamente las cepas de Godello con rafia tratando de evitar que no quede ninguna sin recoger. Hay que tener en cuenta que, además, vendimian de madrugada, con frontales, para llevar la uva lo más fresca posible a la bodega, donde el mosto macerará con pieles y con parte del raspón durante 48 horas en depósito de acero inoxidable, y el vino se elaborará con la menor intervención posible, fermentando en barricas de 500 litros en las que, posteriormente, envejecerá durante 12 meses.
Cuando lo catamos, encontramos un vino soberbio, de color dorado, nariz compleja y a la vez varietal, con aromas de pera fresca, hinojo, flores silvestres, panadería y sutiles toques de petróleo. En boca hay un gran equilibrio, intensidad, elegancia, muy buena estructura, toques salinos y un final amargo. Es un vino de raza que te habla del paisaje a cada trago, una joya de apenas 1.000 botellas que promete crecer con el paso del tiempo.
Pasamos a los tintos con O Cabalín 2018, un coupage de Mencía (40 %), Garnacha Tintorera, Merenzao y una minoría de otras variedades, especialmente Brancellao y algo de Sousón. Todas las uvas proceden de parcelas de la ladera sur, fermentan por parcelas en barricas abiertas de 500 litros, con entre un 35 y un 40 % de uva pisada con raspón y el resto despalillada. Teresa nos confiesa que le encanta meterse en la barrica y pisar la uva; “para mí es muy relajante”, comenta. Y tras fermentar y macerar durante 30 días, el vino se sangra y descansa en las mismas barricas durante 16 meses.
En la copa encontramos un vino de color granate, con una sugerente nariz rebosante de fruta roja, violetas, toques minerales y de monte bajo. La boca es asombrosa, con volumen, taninos muy amables, una acidez perfecta y buena longitud. Es uno de esos vinos capaces de agradar tanto a quienes buscan un vino clásico, muy estructurado y de sabor intenso, como a quienes prefieren una interpretación más fiel del paisaje y la añada.
Y, por último, cataremos una novedad: Viladequinta 2018, el antagonista de O Cabalín o, más bien, su complementario: la cara norte del mismo valle, una parcela que se encuentra a tan solo 300 metros en línea recta pero a 10 kilómetros por carretera. Elaborado con las mismas variedades autóctonas que O Cabalín y con la idéntica metodología, es un vino mucho más directo, vertical, atlántico, con una acidez en boca muy bien integrada, muy presente pero nunca molesta, un tanino sedoso y un toque salino.
Según va oxigenándose, la fruta va ganando más protagonismo, y a cada trago parece querer contarnos más y más secretos, como Teresa y Luis, que no pueden esconder su ilusión cuando hablan del proyecto, de las parcelas en recuperación, de la bodega que están rehabilitando en Villamartín de Valdeorras, del vino, de la vida y hasta de los flechazos, de esos flechazos que enlazan los destinos, las raíces y las ilusiones de dos personas y se materializan en un proyecto vitivinícola en el que el corazón de estos “románticos” pesa claramente más que la razón.