Si has pasado por la Autopista Vasco-Aragonesa (AP-68) a la altura de Navarrete, a unos 10 kilómetros al oeste de Logroño, casi seguro que te habrás fijado en una gran nave blanca con una torre coronada por una pirámide de bronce que cambia de color según le dé la luz y en cuya base se lee “Don Jacobo”. Hablamos de Bodegas Corral, un productor mediano para los cánones de La Rioja que ha decidido apuntarse al grupo de Wineries for Climate Protection (Bodegas por la Protección del Clima) y reconvertir su producción al cultivo ecológico, una apuesta realmente exigente en un mercado tan competitivo como el de esta denominación de origen, con un clima que no lo pone fácil y una generación de viticultores que no termina de ver claro el exceso de horas, coste y riesgo que supone renunciar a los herbicidas y los tratamientos sistémicos.

Desde que conocimos el proyecto, nos llamó la atención que una bodega comercial de La Rioja decidiera dar el paso al cultivo ecológico, máxime teniendo en cuenta que estamos ante un productor con más de 120 años de historia, algo que suele generar bastante “inercia”, bastante poca predisposición al cambio. Así que en nuestro último viaje a La Rioja, nos dirigimos a ese edificio blanco que se divisa desde la AP-68, y a medida que nos acercamos descubrimos que es realmente grande; masivo.
En el interior de Bodegas Corral
Franqueamos la puerta y nos sorprende encontrar una recepción muy acogedora, más propia de una boutique de lujo que de una bodega cuyo exterior transmite una imagen sobria e industrial. Más adelante nos enteraremos de que se trata de una reforma reciente de Arizcuren-Ruiz, el estudio de arquitectura e interiorismo que comparten Javier Arizcuren y Conchi Ruiz, estudio que es también responsable del wine bar veraniego y de la transformación de un viejo depósito de hormigón en una vanguardista sala de catas.

Pero de todo ello hablaremos más tarde. Por el momento, Natalia, detrás de un mostrador de capitoné gris, será nuestra anfitriona; la primera, al menos. Natalia nos regala una enorme sonrisa, nos da la bienvenida, nos pide que esperemos e insiste en que desinfectemos nuestras manos. A continuación, nos explica con tremendo entusiasmo que la bodega se funda, en Sojuela, a finales del siglo XIX, pero más adelante se trasladará a Navarrete. Todo esto nos lo cuenta mientras paseamos por el exterior de la bodega y cruzamos una pequeña puerta que nos pone directamente en el Camino de Santiago.

Los vinos Don Jacobo, que constituyen la línea más popular de la bodega, deben su nombre, precisamente, a la ruta jacobea, que justo al lado de Bodegas Corral muestra los sillares del Hospital de San Juan de Acre, una hospedería destruida a mediados del siglo XIX que se cuela, de propina, en nuestra visita, añadiendo la nota cultural.
La sala de barricas de Bodegas Corral
De vuelta a la nave, con las manos hidroalcohólicamente enjabonadas de nuevo, descendemos a la enorme sala de barricas, una doble planta con pilares y arcos de hormigón que de forma sutil te hace sentir pequeño, el pequeño feligrés de un templo penumbroso cuyas capillas laterales se rellenan con 4.000 barricas bordelesas que envejecen únicamente vino tinto… o lo hacían, al menos, hasta la vendimia de 2019, en la que una partida de Maturana Blanca ha osado robar un pequeño espacio al Tempranillo, la Garnacha, el Graciano y el Mazuelo.

Mientras recorremos los 5.000 metros cuadrados de este templo del vino, nos llama la atención el impecable orden del parque de barricas, agrupadas por vinos, siempre en cuatro alturas, firmadas por tonelerías como Radoux, Berthomieu, Seguin Moreau y las locales Victoria, Murua y Magreñán, un 70 % de roble americano y un 30 % de francés.

En un momento dado, las naves laterales se despejan como si verdaderamente estuviéramos pisando la cruz latina de la planta de un templo en cuyo brazo diestro se ubica un túnel de trasiego y lavado de barricas junto a una fila de bocoyes de 500 litros que contienen los vinos de la línea Vine Roots, mientras que en el siniestro encontramos dos tinajas en las que descansa un prometedor monovarietal de Maturana Tinta. Elaboradas con barro no tratado en el mismo pueblo de Navarrete (famoso por sus alfarerías), las tinajas cuentan con paredes de distinto grosor en la parte superior y en la base para proporcionar una óptima micro-oxigenación.

En cuanto a Vine Roots, se trata de una línea compuesta por dos vinos: Garnacha Blanca de cultivo ecológico fermentada en barrica de roble francés con batonages y una breve crianza, y Garnacha Tinta fermentada en bocoyes y criada brevemente en barrica. No los hemos probado todavía, pero prometemos hacerlo en un futuro.

Y al fondo de la sala de barricas, como esos coros que quedan entre el altar y el deambulatorio en algunas iglesias de peregrinación tan propias de la ruta jacobea, se alza entre rejas un cementerio que guarda todas las añadas de la bodega que fundara Saturnino Daroca en un lejano 1898. En ocasiones, una pequeña serie de estas botellas llega a las cavas de algún afortunado comprador, pero en general es un recuerdo inmóvil del legado de una bodega cuyo actual edificio, construido en 1974, es todo un jovenzuelo.

Sobre la inmensa sala de barricas, accedemos a una nave en la que, a tres alturas, jaulones botelleros de madera tabican una suerte de laberinto donde cada año se acumulan entre 300.000 y 450.000 botellas o, lo que es lo mismo, entre 500 y 800 de estos tradicionales “jaulones riojanos de madera”, cada uno de ellos relleno con 588 botellas bordelesas.

Esto es, en esencia, lo que cada año vende la bodega. Y si crees que los Don Jacobo no tienen ni de lejos la visibilidad que correspondería a ese volumen, debes saber que por cada botella que se vende en España, se venden cuatro fuera.
Carlos Rubio y Altos de Corral
Pero el coronavirus lo ha cambiado todo. Los importadores, los distribuidores y la hostelería desaparecieron de un plumazo a mediados de marzo, y durante meses únicamente las escasas ventas de la tienda on-line metieron algo de dinero en caja.

Todo esto nos lo explica, en realidad, Carlos Rubio Villanúa, quien, acabada la visita “estándar”, toma el relevo de Natalia y nos invita a que le acompañemos hacia el exterior, donde montaremos en un Land Rover Defender 110 y nos dirigiremos a Altos de Corral, el emblemático viñedo de la bodega con cuya uva se producen sus mejores vinos.

Mientras Carlos te habla, transmite confianza. Explica todo con naturalidad, con argumentaciones, sin autortarismo. Es de esas personas que, a pesar de encontrarse en lo más alto, saben escuchar, y pronto se despoja de esa coraza seria con la que nos recibe, y empieza a hablarnos con plena confianza, dejando que el sub-texto de su discurso transmita la pasión que siente por la viña, por el campo, por ese ecosistema que nos rodea en Altos de Corral, a la vez que detrás de la coraza se atisban las preocupaciones inherentes a alguien que tiene en realidad dos roles en Bodegas Corral.
Por una parte, es el director técnico, mientras por otra es también el gerente. No es habitual que estos dos cargos recaigan en la misma persona. De alguna forma, es como si el entrenador de un equipo de fútbol fuera al mismo tiempo el presidente. No podemos evitar pensar que el enólogo de una bodega del porte de Corral tiene ya bastante con lo suyo, pero por otro lado, poder tomar las riendas de la bodega con criterios puramente técnicos supone, desde luego, una idea de lo más atractivo; la oportunidad de poner los vinos y el viñedo por encima de todo.

Mientras nos dirigimos al viñedo, Carlos nos explica los retos de la transformación al cultivo ecológico, implantado desde 2015. El principal problema es convencer a los viticultores, ya que aunque parte del viñedo es propio, la bodega compra también uva, siempre de viñedos controlados y con contratos previos en los que el largo plazo suele ser la norma.
En 10 minutos, nos encontramos ascendiendo por un camino que acaba coronando una meseta de casi 13 hectáreas ubicada a 610 metros de altitud en el linde sur de Navarrete, un viñedo único plantado en espalderas orientadas de norte a sur (o de nornoreste a sursureste, más concretamente) en el que una permanente brisa corre por sus calles. No hay nada parecido en los alrededores; es una parcela excepcional, una terraza natural abierta a los cuatro puntos cardinales. Cuesta pensar que nadie en el pasado haya edificado aquí un castillo o una fortaleza.

Pero en lugar de piedras, encontramos uvas, 50.000 kilos de uvas en potencia que en nuestra visita se encuentran aún acabando el envero. Las plantas muestran un aspecto sano, aunque hay algunas faltas, y en el suelo observamos los restos de un reciente aclareo. Todo el viñedo es de cultivo orgánico desde 2015, y está plantado exclusivamente con Tempranillo, a excepción de una hectárea de Graciano en el extremo norte.

Y allí, en el lugar donde nacen las uvas con las que se elabora, Carlos nos invita a catar la nueva añada de Altos de Corral Crianza, aún sin etiquetar; un 2017 especialmente fresco para ser un Crianza, pero con estructura, intensidad y una vivacidad, una energía, difícil de encontrar en otras elaboraciones de este porte.
Una Parada en el Camino
De vuelta a la bodega, Carlos nos conduce hacia el wine bar de verano que en este primer año ha sido todo un éxito. La idea, nos comenta, era hacer un lugar acogedor que sirviera de pausa en el Camino para los peregrinos, pero este año no ha habido peregrinos, y aún así la terraza ha sido un éxito.

Se trata de un espacio muy acogedor, diseñado nuevamente por Arizcuren-Ruiz, quienes también han transformado uno de los enormes depósitos de hormigón de la bodega en una sobria pero acogedora sala de catas. Otro de estos depósitos se emplea para acumular agua recuperada. Hay, de hecho, dos depuradoras (una de ellas de fitosanitarios), y con el agua de este depósito se riega el viñedo anexo a la bodega, una parcela de Sauvignon Blanc que, en los días próximos a nuestra visita, dará el banderazo de salida a la vendimia.

Los restantes depósitos no están en uso, ya que las fermentaciones se llevan a cabo en cubas de acero inoxidable mucho más pequeñas, en el interior de la bodega, vinificando todo por parcelas. En el caso de los vinos tintos, Carlos prefiere usar depósitos pequeños y llevar un control constante de las temperaturas de fermentación pero no intervenir salvo en caso de que sea estrictamente necesario hacerlo.

Don Jacobo Tempranillo Blanco Ecológico 2019
La visita termina compartiendo impresiones alrededor de una botella de Don Jacobo Tempranillo Blanco Ecológico 2019 en ese formidable oasis que en este primer año los peregrinos no han podido apenas disfrutar, una terraza que, aparte del encanto de su decoración, permite degustar, por copas o botellas, toda la gama de vinos de Bodegas Corral. La idea, nos comenta Carlos, es que la gente se pida la botella y, si quieren, que la acaben en casa; por eso por botellas completas sale más a cuenta.

Nosotros, desde luego, no tenemos problemas para terminarnos la botella de un vino fresco, cítrico, muy equilibrado y fácil de beber, un vino que supera claramente al Don Jacobo Blanco “no ecológico” 2019, elaborado con Viura y un cierto aporte de Tempranillo Blanco.
Después de haber robado varias horas a Natalia y, sobre todo, a Carlos, nos despedimos y emprendemos camino hacia Logroño. La enorme nave blanca con una torre coronada por una pirámide de bronce que cambia de color según le dé la luz va haciéndose pequeña en los retrovisores de nuestro moderno Land Rover Defender mientras comentamos nuestras impresiones y coincidimos en el tremendo reto que tiene por delante el proyecto con el que Carlos Rubio ha afrontado la dirección de Bodegas Corral, uno de los proyectos más ilusionantes, responsables y respetuosos con el medio ambiente que hemos visto en una bodega de este porte y al que deseamos los mayores éxitos.
