Entrar en la Bodega Pirineos es abrir la puerta de la historia, de la historia del vino, las puertas de una enorme máquina del tiempo en la que los vetustos tinos de hormigón de los años sesenta conviven con modernos depósitos de acero inoxidable semi-suspendidos, ingrávidos, desafiantes… La tradición se encuentra con lo nuevo de forma recurrente. A pocos pasos de unos impresionantes tanques de estabilización, en el subsuelo de una gigantesca sala de barricas se erige un cementerio de botellas, un mundo de contrastes solamente posible en un lugar con más de medio siglo de vendimias.

En 1964, cinco centenares de viticultores unieron fuerzas y crearon la Cooperativa Comarcal de Somontano. Tres décadas después, nacería la bodega, cuyas tres cuartas partes pertenecen hoy al grupo Barbadillo, que además de su bodega gaditana y de Pirineos, es propietaria de la vallisoletana Vega Real.
Al norte de Barbastro
Bodega Pirineos se encuentra situada al norte de Barbastro, y en la actualidad controla 600 hectáreas de viñedo en 20 diferentes municipios, 600 hectáreas pertenecientes a 200 viticultores que cultivan hasta 15 variedades de uvas, incluyendo las autóctonas Parraleta y Moristel. Todo esto nos lo cuenta un jovial Javier Fillat, director de marketing de la bodega, quien nos explica que hacen seis marcas de vino Pirineos y unas 16 o 17 marcas blancas; de hecho, el 40 % de la producción se vende fuera de nuestro mercado.

–En un buen año entran en bodega cuatro millones y medio de kilos de uva. En 2018 fueron tres y medio –nos comenta Javier–, pero tenemos capacidad para procesar seis millones y medio.
En 1964 nace la Bodega Cooperativa Comarcal Somontano del Sobrarbe. En 1993 sus socios deciden constituir la Bodega Pirineos, y en 2007 el Grupo Barbadillo adquiere el 76 % de la bodega.
Las cifras son de infarto. En su botellero, en una nave anexa, más moderna, descansan tres millones de botellas. La sala de crianza, envuelta en una atmósfera de agua nebulizada en el momento en que la visitamos, es una inmensa nave con 1.200 barricas, en su mayoría de roble americano, prácticamente todas al nivel del suelo.

Pero quizá es el viejo cementerio la estancia con mayor encanto de toda la bodega. Allí se apilan miles de botellas de vendimias pasadas, descansando indefinidamente, unas sobre otras, sin jaulones, ajenas a la luz, al calor, al discurrir del tiempo, refrescadas por un auténtico río subterráneo.
Cata en Bodega Pirineos
Y, como no podía ser de otra manera, la visita concluye con una formidable cata que comienza con Alquézar Rosado 2018, un coupage de Tempranillo y Cabernet Sauvignon, seguido del refrescante joven de Chardonnay y Gewürztraminer 3404, cuyo nombre proviene de la altura del Aneto, el pico más alto de los Pirineos. Entre catas, picoteos y risas, Javier nos propone “desenterrar un muerto” de ese cementerio de botellas que hemos visitado, y el elegido es un Señorío de Lazán Reserva 1984. ¿Estará aún vivo? ¿Se podrá beber? Y la respuesta, después de decantarlo y dejar que respire, es un rotundo “sí”. Mientras desciframos sus secretos, nos damos cuenta del gran bagaje de esta zona vinícola a través de un vino rebosante de fuerza, rebosante de personalidad, un vino que nos cuenta la historia de una región que hacía grandes vinos antes incluso de tener una denominación de origen que los amparara, una región que hemos conocido un poco más a través de esta máquina del tiempo en forma de bodega, a través de sus vinos, a través de sus gentes.
Cementerio botellero en el subsuelo de la bodega Pirineos. Cata de Señorío de Lazán Reserva 1984, en la bodega Pirineos. Sala de estabilización de la bodega Pirineos. Sala de fermentación en la bodega Pirineos, con las cubas de acero inoxidable ancladas a las paredes de hormigón de los antiguos tinos de la Cooperativa Comarcal de Somontano.