Fresco, mineral, frutal, equilibrado… el perfil de Banzao es diferente al de casi cualquier otra Mencía. Si lo pruebas, es probable que llame tu atención y, seguramente, querrás saber un poco más de dónde viene o de quién lo elabora.
Eso es al menos lo que nos ocurrió cuando catamos Banzao 2017 por primera vez y supimos que se trataba de un proyecto nuevo, que comenzó, precisamente, en 2017. Así que tras hablar con su autora, Silvia Marrao, pusimos rumbo a San Pedro de Olleros para descubrir el secreto de esa Mencía fresca, mineral y frutal.
Banzao: la Mencía escondida de San Pedro de Olleros
Situada a 743 metros de altitud, San Pedro de Olleros es una población del valle del Ancares, en El Bierzo, a la cual se accede por una carretera de montaña. Según nos acercamos a nuestro destino, nos parece difícil de creer que vayamos a encontrar una zona vitícola, pero al llegar al pueblo todo cambia.

Buena parte de nuestro camino desde Cacabelos discurre paralelo al río Cúa, en un primer momento, y al río Ancares a continuación, hasta que la carretera comienza un tortuoso ascenso mostrando las paredes de pizarra de una colina salpicada de pequeñas parcelas de viñedo, un lugar tan cercano geográficamente pero tan separado de los principales núcleos de población que tiene un cierto halo de irrealidad, de magia.
Un ‘banzao’ es, en el habla local de la zona, una pequeña presa que eleva el nivel del agua y permite derivarla a un canal de riego. Construidas con piedras y maderas, son estructuras tendentes a desaparecer con las crecidas del otoño, por lo que representan a la perfección el ciclo de la vid.
Silvia nos recibe en su bodega, una nave diáfana ubicada en los bajos de una casa del pueblo, y pronto nos comienza a explicar su proyecto. “Conocía San Pedro porque en la bodega del Bierzo en la que estuve trabajando hace un tiempo comprábamos algo de uva a viticultores de la zona –nos comenta–, y no podía entender que no hubiera ninguna bodega establecida aquí. Así que cuando decidí que quería emprender mi proyecto, me pareció el lugar adecuado.”

Silvia habla con franqueza y naturalidad. Su mirada transmite transparencia, ilusión y esa vitalidad imprescindible para alguien que se hace cargo de sacar adelante 3,5 hectáreas de viñedo arrendado en distintas parcelas alrededor del pueblo, viñas viejas mayoritariamente de Mencía entre las que también se encuentran cepas de Godello, Palomino, Doña Blanca y algo de Garnacha Tintorera.
Los parajes de Banzao
Mientras visitamos Almorelle, el primer paraje, Silvia nos explica que todo el viñedo se trata en ecológico, si bien cada parcela requiere diferentes atenciones. En este primer caso encontramos una viña fantástica en una ladera orientada al oeste, con anchas calles perfectamente aradas que van de norte a sur, y un suelo abancalado de arcilla con pizarra sobre el que las cepas de Mencía conviven con algunas de Jerez (que es como se conoce a la uva Palomino en El Bierzo). Es una zona fresca y un viñedo tremendamente sano que siempre se ha encontrado en producción, pero es algo que no ocurre con todas las parcelas. Algunas de ellas son recuperadas, y otras cuentan con marcos de plantación menos ordenados, numerosas faltas y son realmente difíciles de trabajar.

A continuación visitamos El Campín, el paraje más fresco; una pequeña parcela alargada de suelos arcillosos con bastante pizarra en la que encontramos cepas centenarias de Godello, plantas especialmente vigorosas a las que se descarga al llegar el envero. Con el aporte de Galomedio (otro paraje que veremos a continuación), se obtienen 500 botellas de un soberbio Godello que aún no está a la venta pero del que hablaremos algo más adelante.
Galomedio, la siguiente parada, es una ladera muy bien ventilada en cuyo suelo, mucho más mineral, encontramos una capa de paja. Silvia nos explica que ha elegido esta viña para probar el mulching, una forma ecológica de frenar el desarrollo de vegetación permitiendo ventilar el suelo.

De vuelta a la bodega pararemos en El Penedón, una de las viñas más caóticas, con abundantes faltas y un suelo compactado, pero con un tesoro: cepas de Doña blanca de unos 70 años plantadas sobre un suelo de pizarra y arcilla con abundantes piedras. Y, finalmente, junto a la bodega, Eras de la Ermita es la viña más alta y la que estaba más abandonada; una ladera orientada hacia el oeste desde la que se divisa todo el pueblo y, de alguna manera, se toma perspectiva de este increíble mar de cepas aislado en la montaña y alejado del mundo.
La bodega de Banzao
Cerca de dos horas caminando entre cepas nos permiten hacernos una idea de la singularidad de este terruño, de una zona muy fresca pero repleta de complejidad, con parcelas plantadas en todas las orientaciones, con diferentes suelos, cepas muy viejas con una enorme diversidad genética y algo que nos sorprende por encima de todo: parcelas y caminos muy cuidados, tierras trabajadas y campos desbrozados que nos hablan del profundo respeto de sus gentes por su privilegiado entorno natural.
Quizá por todo ello nos sorprende tanto como a Silvia que no haya una bodega comercial que intente embotellar la singularidad de este terruño o, con mayor precisión, que no hubiera una bodega… hasta ahora.

Discretamente oculta por lo que parece la puerta del garaje de una vivienda de dos plantas, encontramos en realidad una nave de unos 200 metros cuadrados y forma de trapecio, un antiguo almacén de castañas cuyo saneamiento fue toda una proeza. El espacio es más que suficiente para realizar en ella todas las labores propias de una bodega, e incluso hay un pequeño espacio en el que Silvia tiene su laboratorio.

“Lo único que no hago aquí es embotellar –comenta Silvia–. Podría comprar una llenadora de botellas, pero prefiero pagar «al camión del portugués», aunque me cueste más, ya que mis vinos son de mínima intervención, apenas añado sulfitos, y así puedo embotellar con gas inerte.”
Para todo lo demás, Silvia Marrao es autosuficiente. En perfecto estado de revista encontramos la despalilladora, la prensa vertical, motorizada, una hidro-limpiadora, un palé de botellas borgoñesas, otro par de ellos con cajas de su vino embotellado, jaulones botelleros, una etiquetadora, numerosos depósitos de diversos tamaños, cajas apiladas que esperan a la entrada la próxima vendimia, dos barricas de 500 litros y una decena de barricas bordelesas de roble francés y americano, de toneleros como Taransaud, Demptos, Tonnellerie Bordelaise y Surtep. Silvia nos explica que a la Mencía le va muy bien una parte de roble americano, algo que nos sorprende pero que, a la vista del resultado de su primer Banzao, no ponemos en duda.

En un futuro quiere probar a envejecer también en tinajas y huevos de hormigón, pero ya habrá tiempo para todo eso. De hecho, nos queda claro que Silvia no es amiga de dejar absolutamente nada al azar. El proyecto tiene muy claros los tiempos, y tras el lanzamiento de su primer vino de la cosecha de 2017, en breve se pondrán a la venta dos vinos de paraje de la cosecha de 2018, un Godello de la misma añada y un monovarietal de Doña Blanca de 2019.
Cata de los vinos de Banzao
Y, después de explicarnos su proyecto, Silvia nos invita a catar sus elaboraciones, un momento que nos llena de curiosidad, ya que hasta ahora solamente habíamos podido probar su Banzao Mencía de San Pedro de Olleros 2017, su primer lanzamiento, del cual elaboró 3.367 botellas.

Comenzamos, así, con lo que se convertirá en Banzao Doña Blanca La Cruz 2019, un monovarietal de uvas procedentes de cepas de entre 70 y 80 años de una única parcela con suelos de pizarra, arcilla y piedras que comenzó a recuperar en 2017. En su prensa se introdujo un 30 % de uva con raspón, el mosto fermentó en acero inoxidable con una maceración en frío mediante hielo seco, y el vino fue clarificado con bentonita.
Silvia nos explica que, aunque es partidaria de la mínima intervención, los blancos necesitan ser filtrados para pasar la cata de la Denominación de Origen, y también nos comenta que para ella la nueva reglamentación que certifica los vinos de paraje y de villa le ha venido como anillo al dedo, ya que esa es la esencia del proyecto Banzao.

Tras probarlo, nos llama la atención una nariz realmente espectacular, muy floral, muy silvestre; un auténtico viaje sensorial al viñedo de San Pedro de Olleros. La boca es pura mineralidad, muy fresca y, aunque es un vino que necesita aún un tiempo de reposo, prometemos hacernos con alguna botella de las poco menos de 200 que saldrán a la venta.
A continuación es el turno de Banzao Godello de San Pedro de Olleros 2018, un vino de villa monovarietal en el que se juntan las uvas de los parajes del Campín y Almorelle, cepas nuevamente de entre 70 y 80 años. Para su elaboración, se prensó la uva (con un 70 % de racimos sin despalillar), y la fermentación se llevó a cabo en barricas (70 %) y en depósito de acero inoxidable, con crianza en barrica de unos siete meses, clarificación con bentonita, y al menos medio año de reposo en botella.

La nariz es tremendamente franca: un Godello de libro, con aromas a peras, muy frescos, y una boca ácida, intensa, bastante equilibrada que, aun así, pide todavía un poco de botella para conseguir que todo se amalgame. De este Godello saldrán a la venta algo más de 500 botellas de las que, por supuesto, nos haremos con una.
A continuación, siguiendo con los blancos, probamos el Godello de 2019 en rama, del depósito. Su elaboración es idéntica a la del Godello de 2018; es un vino que promete mucho y que nos deja claro el potencial de la añada de 2019.
Y, acabados los blancos, pasamos a los tintos. Banzao Mencía Vino de Paraje Penedón 2018 fermenta parcialmente en barrica y depósito, con la mitad de la uva sin despalillar, y hace una crianza de nueve meses en barricas bordelesas y de 500 litros. Su nariz es golosa, con toques especiados muy presentes y un aroma meloso que, cuando el vino se abre, da paso a regaliz y notas de cacao, pero no de madera, junto con aromas a violetas. En la boca sale a relucir esa Mencía dulce y muy frutal, una acidez crujiente y un tanino secante que nuevamente pide más botella para esta Mencía de enorme potencial y un perfil diferente al del Banzao “de villa” de 2017.

Silvia nos ofrece también el mismo Penedón, en rama, de 2019. En este caso, encontramos un vino muy cerrado, en el que nuevamente afloran las especias y, sorprendentemente, aromas a pimiento. Según va abriéndose, se muestra más amable, aunque en todo momento nos parece más dócil en la boca que en la nariz. Nos falta, en cualquier caso, formación y experiencia para juzgar una elaboración que aún está en proceso pero que muestra, sin lugar a dudas, un potencial enorme y un perfil diferente al de la añada de 2018.
También en rama, Silvia nos ofrece degustar una muestra de otra parcela: Lama de Quintá 2019. Es una Mencía exuberante, realmente deliciosa, que aún no ha pasado por madera pero que nos sorprende por su redondez.
Y cerramos el círculo con Banzao Mencía de San Pedro de Olleros 2017, el origen de todo; un vino en el que se mezclaron uvas de 18 parcelas de ocho parajes diferentes. En su momento, hablamos de una boca ácida, ligeramente amarga, con notas vegetales y recuerdos a fruta quizá poco madura, pero adictiva, limpia y sin artificios que se volvía amable según se iba abriendo. Hoy, medio año más tarde, encontramos un vino más redondo al que la botella le ha dado madurez, con mucha fruta, una mayor frescura, notas mentoladas y un claro recuerdo a monte, al aroma que trae consigo el viento que serpentea por sotos de castaños y que recorre el valle en el que se levanta la colina coronada por San Pedro de Olleros y por su mar de cepas aislado en la montaña y alejado del mundo; un verdadero paraíso vitícola con el que Silvia y su Banzao tienen por delante mucho por contar en los próximos años.
