Planeada centímetro a centímetro en torno a espacios multifuncionales en un local urbano de Logroño, la bodega de Javier Arizcuren es una oda al orden, la limpieza, la luminosidad e, incluso, hasta el espacio. Y es que, aunque parezca difícil de creer, sobra sitio para transitar cómodamente entre los depósitos, tinajas, barricas y estanterías metálicas de una bodega en la que se realizan todos los procesos de elaboración en apenas 279 metros cuadrados.
Llegamos a la bodega paseando. Logroño es una ciudad muy manejable; casi cualquier trayecto a pie se hace en menos de 20 minutos. Aun así, es una urbe bulliciosa, rebosante de vida; una ciudad en la que las bodegas han ido desplazándose hacia el extrarradio en busca de mayores espacios. Por eso no resulta fácil encontrar un proyecto como el de Arizcuren: una bodega que elabora entre 10.000 y 13.000 botellas por añada en pleno casco urbano de la capital de La Rioja.
Entramos a un espacio luminoso, gracias a una fachada prácticamente diáfana en la que un portalón de estructura metálica y grandes cuarterones de cristal aporta una agradable sensación de transparencia, alejada de la opacidad habitual de una bodega más convencional. Las paredes de ladrillo visto que dibujan las lindes de la finca contrastan con otras perpendiculares revestidas de azulejos blancos; junto a nuevas puertas de cristal y hierro, dividen el volumen en distintos espacios. En la entrada, que además de recepción es tienda, hay también una pequeña barra con capitoné y una barrica coronada por una tapa transparente que permite mostrar los diferentes suelos de las parcelas que forman el proyecto de Arizcuren a la vez que oficia de mesa alta donde, cuando acabemos la visita, cataremos algunos de sus vinos.
Los cuatro viñedos de la sierra de Yerga
Clara Santamaría será nuestra anfitriona durante la visita. Clara nos explica que hay cuatro viñedos que forman el proyecto de Javier Arizcuren: La Cantera, El Pastor, El Foro y El Barranco del Prado. La Cantera es una viña de cepas de Mazuelo de 40 años conducidas en vaso y plantadas en un suelo de cantos rodados. El Pastor es un viñedo de Garnacha. El Foro, por su parte, combina cepas de Garnacha de 60 años con Tempranillo, Viura y Mazuelo; se ubica a una altitud de 650 metros, y sus cepas son vasos reconducidos a espaldera. El Barranco del Prado es el más especial de los parajes, ya que su suelo de arenisca permitió a sus cepas de Garnacha de 120 años sobrevivir a la plaga de la filoxera.
Estas parcelas son una selección del patrimonio vitícola familiar. Se ubican en la zona oriental de La Rioja, en la sierra de Yerga, a unos tres cuartos de hora de Logroño. Su viticultura es ecológica. Las uvas se vendimian a mano, en cajas, y viajan a la bodega, donde se despalillan y comienza el proceso de vinificación.
Los vinos de Arizcuren fermentan en depósitos de acero inoxidable o de hormigón, aunque en la bodega encontramos también cuatro ánforas, un foudre y hasta una vieja bota de un vino del sur. Los tintos maceran con sus pieles entre 10 y 14 días, mientras los rosados lo hacen durante seis horas. No hay blancos, de momento, aunque la bota promete alguna sorpresa que probablemente conoceremos pronto. Terminada la fermentación alcohólica, los mostos pasan a barricas de 225, 400 y 500 litros, ubicadas a diversas alturas en estructuras metálicas, fácilmente movibles con una carretilla elevadora que, por upuesto, se encuntra en la bodega. Nos llama especialmente la atención el sistema de sujeción de las inestables ánforas firmadas por el renombrado Juan Padilla, sujeta cada una de ellas a un palé de plástico mediante cadenas con tensores o mediante cinchas, y cerradas todas con tapas de acero de juntas neumáticas.
Las fermentaciones malolácticas se hacen o terminan en barrica, y de hecho un pequeño aparte permite separar los vinos que requieren un aporte extra de temperatura de los que simplemente se encuantran descansando. Clara nos comenta que los vinos ni se filtran ni se clarifican, algo poco frecuente en La Rioja.
Y es que las convenciones no son habituales en este proyecto. De hecho, Javier es arquitecto, y su estudio se encuentra junto a la bodega, que empieza a funcionar en 2016. Antes de eso, decide cursar estudios de viticultura y enología en la Universidad de La Rioja, y en 2009 elabora sus primeros vinos para, dos años más tarde, hacerse cargo de la explotación familiar.
Cata de Solomazuelo 2016 y Solomazuelo Tinaja 2016
La visita acaba con una cata muy reveladora de las dos variantes del monovarietal de Mazuelo: Arizcuren Solomazuelo 2016 y Arizcuren Solomazuelo Tinaja 2016. En la primera de ellas, la maceración pre-fermentativa en frío se lleva a cabo tanto en depósitos de acero inoxidable como de hormigón, mientras que en la segunda se emplean únicamente los inoxidables, y el 10 % de la uva fermenta con raspón. La crianza del Solomazuelo convencional tiene lugar en barricas nuevas y usadas de 225 y 500 litros, mientras que en en el Solomazuelo Tinaja se emplean las ánforas, y la producción se limita a 330 botellas, frente a las más de 4.000 del Solomazuelo fermentado en acero.
Hay claras diferencias entre ellos, pero es difícil decantarse por uno. Quizá el perfil del ánfora agrade más a quienes busquen fruta, verticalidad, un vino más moderno para un consumo rápido, y quizá la madera te satisfaga si prefieres un perfil más clásico, con un trago más ancho y algo más complejo, aunque no necesariamente más intenso, en un vino que promete más guarda. Lo que sí encontrarás en los dos vinos es la autenticidad de su terruño, de una parcela de suelos arcillosos arenosos con cantos rodados en la que las uvas de unas cepas plantadas por el propio abuelo de Javier maduran lentamente, protegidas del oídio por el batir del cierzo, un vino que demuestra que Rioja no es solo Tempranillo, no es solamente roble y no se circunscribe necesariamente a grandes producciones elaboradas en gigantescas naves industriales. Rioja puede ser también un monovarietal de Cariñena envejecido en ánfora en la tranquilidad de una bodega urbana.